domingo, 24 de octubre de 2010

Cuando la conciencia pierde

"En la vida todos tenemos un camino, y ese camino hay que recorrerlo. Tarde o temprano las cosas que estaban previstas terminan pasando, es muy complicado que aprendas a esquivar tu destino”

Al final de la tarde decidimos que hay una línea muy fina que lo separa casi todo; la cordura de la locura, la verdad de las mentiras, la bondad de la maldad… los sueños de las pesadillas. Todo se basa en pequeñas decisiones o casualidades que te van llevando por un camino sin retorno, dónde las palabras, los escenarios o los brindis permiten que crucemos esas líneas entre la realidad y la ficción sólo algunas veces.

Cuando lo conocí llevaba algo más de dieciocho años en prisión, una larga lista de diarios que hablaban de la vida y una tendencia casi obsesiva a analizar todo lo que le rodeaba entre aquellas cuatro paredes. Ahora me invita a una cerveza mientras el Tormes le moja los pies, pierde la vista en el horizonte y me hace reír con esas anécdotas en las que convierte casi todo lo que hace. ¿Saben qué? No todos los días uno puede traspasar esa línea que divide su vida de las del resto… y es que en realidad, sólo hay una forma;  querer escuchar cuando alguien ha decidido contarlo.

Treinta y seis años; con diez dejaste la casa de tus padres, con doce entraste en un correccional de menores, cumpliste los dieciséis años en el calabozo e ingresaste en prisión donde pasaste los últimos veinte. Ahora estamos aquí…

Y que a gustito. Y que cambiado. Y que… la vida es un camino que te lleva todo recto. Los historiales nunca dicen el porqué de las cosas… quizás así todo tuviera un sentido. En todo caso, ¿sabes qué? No vale la pena envidiar a nadie, ¿para qué si tu vas a seguir siendo tú hasta que te mueras?

¿Explicas el por qué de tu vida en ese borrador de novela que estás escribiendo?
Se llama “Los chicos buenos también van al infierno”. Es una especie de biografía; me desahoga escribir y no conozco nada más que a mí mismo. El libro habla de que no siempre se elige, que los chicos buenos también se descubren en caminos que no les corresponden… Empecé a escribirla en Cáceres II, dentro de la prisión, tenía poco más de dieciséis años y una condena que prometía mucho tiempo.

Pero hubo un primer día en el que elegiste delinquir, ¿lo recuerdas? 
Recuerdo el porqué. Yo no aguantaba más vivir con mis padres… y tenía diez años, ¿te imaginas todo lo que tenía que estar pasando? Por desgracia siempre me ha gustado vivir bien… No me quedaba más que robar para comer, para vestir, para salir, para enfrentar cada día... Aprendí a ser libre y después no era capaz de adaptarme a los reformatorios. Me escapaba de uno a otro, recorrí Segovia, Valladolid, Salamanca…

Y así hasta que entras en la cárcel…
Ese es el principio… o el fin de tantas cosas. Una vez que pasan los dos primeros años es como que te curtes, te haces, te aprendes las normas y te acomodas… pero los primeros años, cuando te condenan, es terrible. Entre siendo un niño y aprendí de todo… estudié pedagogía infantil, me saqué algunos títulos… sabes que todo el mundo necesita una escuela  para madurar, ¿no? La mía fue Cáceres II. Acababa de salir de primer grado y me metieron allí.

¿Primer grado? Así que en régimen de aislamiento… 
Es terrible. Tú estás sólo en una celda muy pequeña… según pasan los días y dependiendo del comportamiento te dejan más o menos tiempo de patio dónde al menos ves la luz. En el centro donde yo estaba, en el año 87, te pasabas veintitrés horas al día chapado en la celda. Sólo cierra los ojos e imagínate veintitrés horas al día mirando la misma pared.

¿Y qué piensa un hombre veintitrés horas sólo consigo mismo?
Aprende a pensar, que es lo mejor que puede hacer el ser humano. La cárcel te automatiza; haces lo mismo, te mueves igual durante las mismas horas, no puedes trabajar con nada… ni ver nada, ni entretenerte con nada. No hay nada. Nada salvo la cabeza; el coco que no para de dar vueltas.

¿Y sobre qué gira el coco durante veinte años?
Piensa en todo… en lo realizable y en los sueños. A veces hasta te olvidas de que algún día tendrás la libertad. Yo me he entretenido observando a la gente, aprendiendo a entender el significado de una mirada, de una sonrisa, de un gesto sin preguntar a nadie… Todo se convierte en previsible. Hay muchos dentro que viven como entes… con la metadona no participan en actividades, sólo suben, bajan, duermen, comen, caminan; te atontan y pierdes la única herramienta que tienes: el pensamiento… Yo solía fijar la mirada en un punto del patio y me di cuenta que todas las personas que hay a tu alrededor tienen el mismo perfil, el mismo caminar, el mismo color de tez…

Palizas a toda la galería… ¿leyendas de dentro de la cárcel que tu viviste en carne propia?
Recuerdo unas navidades que nos pegaron a todos, a los cien reclusos de la galería de primer grado. Aquel día uno se había autolesionado, se había clavado algo en el estómago… el resto comenzaron a golpear las puertas fuerte para que vinieran los funcionarios y no muriera. La respuesta fue una paliza a cada uno. Yo no me enteré de nada… estaba escribiendo una carta y cuando me di cuenta tenía un porrazo en toda la cabeza… Todo eso yo creo que ya no existe a esos niveles, hay muchas injusticias, muchas cosas que cambiar... pero ya no pasa lo que pasaba antes. Bien por las denuncias, bien porque los presos también tienen unas mejores condiciones… no lo sé.

¿No te puede la soledad?
No queda otro remedio que aprender a convivir con ella; vivir o morir. Vivimos en una sociedad muy intolerante; así que la soledad a veces es un regalo. Pasé esos dos primeros años más insociable que nunca pero más tranquilo que en segundo grado. Yo era muy rebelde, los nervios en la cárcel están afilados y es fácil buscarse problemas. Te preocupan las reacciones de los demás y las de ti mismo… y al final en la cárcel sólo existes tú.

¿Solía traicionarte la imaginación?
Solía traicionarme la realidad. Son las rejas, los funcionarios, los internos, aquel drogadicto, aquel borracho, aquel violador… Y ahora estoy aquí sentado, hablando de lo que me apetece, sintiendo las hojas, el agua… la libertad.

Y aún así, un índice de reincidencia de más del ochenta por ciento de los internos, ¿por qué? 
No todos tenemos el prestigio ni la suerte de poder escoger. La cárcel es muy dura, tú la has visto… tú has entrado y has vivido por dentro una mínima parte de lo mal que funciona… pero hay gente que nunca jamás va a estar interesada en saber cómo pienso, ni ninguno de los que hay dentro…Yo jamás he visto entrar en mi módulo para ver qué pensamos y como somos ni al alcalde, ni a la policía, ni a nadie… no me los puedo imaginar allí. Y es que pertenezco a un colectivo, a una parte del mundo que no somos sociales del todo. Un preso está marcado para siempre… y a veces es muy difícil sobrevivir si no eres parte del mundo.

¿Y no hay otro sitio para huir del mundo que no sea una cárcel...? ¿realmente hay veces donde uno no puede elegir cambiar su vida?
No sabes lo que es pasar hambre, Al. No lo sabes. No es sólo la droga, los vicios, la maldad… hay mucha gente que entra en prisión porque ha sufrido de hambre. Tú ves la tele, los coches, los chalets… y ves que te estás muriendo de hambre. Piensas, ¿aquí que coño pasa? Nadie quiere volver a la cárcel, pero es que hay momentos en los que tu conciencia pierde y gana en instinto de supervivencia. Yo he visto personas que se han pasado su vida traficando, gente que ha manejado mucho dinero y que ha sido parte de “la vida fácil” a lavar durante diez horas parabrisas en un semáforo. De atracador a limpiador… fíjate que cambio.

¿Y Arturo Seco que planes tiene?
Readaptarse a la vida. No es nada fácil cuando te has pasado los últimos veinte fuera del mundo…Me gustaría coger un tren, irme lejos, empezar de cero… pero no es fácil.

¿No es fácil porque el mundo y Salamanca han cambiado mucho? 
Salamanca sigue teniendo su esencia. Está más crecida, eso sí… me acuerdo de locales donde me he tomado una cerveza que ahora son grandes hoteles… Pero Salamanca como ciudad, esa sensación que da pasear por el centro, no cambiará nunca. ¿Sabes que pasa? Que ni los cambios técnicos ni el mundo superan los cambios que he sufrido yo, por eso ningún cambio me sorprende.

¿En qué has cambiado? 
Ya no soy drogadicto, dejé de ser malo... Fui muy cruel con el mundo porque tenía mucha rabia acumulada dentro. Robábamos un banco y no me llegaba con robar, le daba un puñetazo al primero que encontraba… eso es ser malo; usar la violencia por usarla. He comprendido que la violencia no conduce a ningún lugar; pero no me lo ha enseñado la cárcel sino el tiempo. La cárcel te va dando títulos de delincuencia como si fuera la Universidad. Te va subiendo de escalas y te lleva hasta donde tú quieres. 

Hace dos años te pregunté que ibas a hacer al salir, ¿recuerdas que me contestaste?
Sí, lo que no esperaba es que lo recordaras tú… Supongo que estoy demasiado acostumbrado a que la gente, en Topas, no preste mucha atención a lo que dicen los otros. Te dije que quería comerme una hamburguesa… y lo cumplí. Un día, salíamos de no sé donde y pensé… ¡¡anda, la hamburguesa!! Las pequeñas cosas adquieren toda la importancia.

¿De que te preocupabas cuando estabas dentro?
De sobrevivir. De defenderse y de que el tiempo pase sin volverte loco… El resto son problemas iguales a los de la gente que está fuera. También preocupa mucho pensar en salir; sobre todo los que no tienen una familia que les respalde al cien por cien. Pensamos en los problemas sociales, laborales… Yo le di mil vueltas a algo que no tiene solución. ¿En qué iba a trabajar? Pues evidentemente nadie me iba a querer en su empresa después de veinte años en la cárcel… un amigo, un familiar… pero es que cualquier persona con un dedo de frente (ni siquiera dos) en cuanto le dices que tu currículum son veinte años de cárcel ni se lo piensan. El pasado no te deja por mucho que tu quieras dejarlo. Uno trata de olvidar, trata de desconectar y al final… al final, ¿sabes que pasa? Que descubres que olvidas. Tanto, que has desconectado del mundo.

¿Y olvida uno también la monotonía de dentro cuando está fuera?
El primer día por la noche ya sabía que me podía acostar a la hora que me diera la gana que el recuento no iba a venir… No me pasó como en el años 98 en el que acostumbrado a tirar la cucharilla del café en el patio de la cárcel después de usarla hice lo mismo en una cafetería. La gente flipó. Y yo también… ¡¡cómo se me pudo ir la olla!! Lo grave vino cuando termino de beber y lanzo con todas las ganas la taza de café para atrás también… un desastre. Es la costumbre de la cárcel… el hábito que te envolvía. La falta de realidad social.

En Topas está todavía Jose, tu hermano pequeño ¿aprendió de ti?
No. Cuando Jose empezó a delinquir yo ya estaba fuera de mi casa. Quiso él o quizás le influí sin querer, no lo sé. La familia es clave… vas creciendo y según la educación que te vayan dando tu vida cambia. Yo no tuve educación, yo no tuve unas pautas que poder seguir… Si veía una peli en la que se pegaban, pegaba…Yo no supe nunca jugar, nunca tuve infancia… Eso provoca que muchos de tus conceptos te falten. Te provoca rabia… si no has tenido lo bueno de la vida, si no has tenido la inocencia de la infancia ¿por qué tienes que callarte? ¿por qué tienes que adaptarte a unas normas sociales? Te sales de los esquemas.

No pasa siempre que alguien diga las cosas tan claras como tú…
¿Es que me creerías si te cuento que cuando era pequeño vivía en un palacio? ¿qué estaba rodeado de juguetes? ¿qué tenia sueños por los que seguir? No, te lo digo yo, no me creerías. Me marché de casa con diez años, entré en el reformatorio con doce y a los dieciséis entré en la cárcel. Todo lo que se te presenta, debido a las circunstancias, te hace madurar pero de una forma tan dura que te sobrepasa. Con dieciséis años pedían para mí noventa y seis años de prisión fiscal… ¿cómo te enfrentas a eso? Te drogas, te desquicias, te vas a un mundo paralelo…

Cuando vives durante veinte años triste, ¿es posible volver a ser feliz?
Yo no soy feliz… llegué a pensar que se puede perder para siempre. Ahora sé que yo no la he perdido… la felicidad… pero aunque trato de reencontrarla hay sensaciones dentro de pesan duro. Aunque lucho cada día, de lo contrario, ¿qué me queda?

Ahora que has salido, ¿tienes sensación a deuda cumplida?
En serio que fue de los días más felices de mi vida. Pero no pensaba hacia delante, no pensaba en el futuro… pensaba en ese día, en mirar atrás y saber que no tenía nada pendiente. Me sentía tranquilo… que había cumplido con la sociedad y conmigo.

Si tuvieras que definirte a ti mismo…

Estúpido. ¿Sabes por qué? Porque es cierto eso de que unos nacen estrellados y otros con estrella. Pues yo he nacido estrellado, quise ser estrella y pasé de ser cualquiera de las dos cosas… pase a un tercer plano que ni siquiera está incluido en el dicho. Que malo es ambicionar. Yo ahora podía ser un principito con un pasado maravilloso... yo no quiero escoltas, no quiero criados, no quiero sueños… quiero vivir mi vida, levantarme a las siete de la mañana, currar… luchar por esa felicidad que casi pierdo para siempre.


Arturo nunca deja de hacerme reír. Me impresiona ver como fija la vista al otro lado del cristal... como dice las cosas sin pensárselas dos veces, sentenciando cada respuesta con una contundencia casi estudiada; en medio de una lucha por aprender de lo vivido y olvidar cada rincón de su pasado. Me sorprende en cada trago de cerveza y en cada consejo; comprobar como hay cosas que no cambian  pese al nuevo escenario. 

Al final, como siempre, cada uno cruza de nuevo esa línea invisible que separa unas vidas de las otras… La tarde ya era noche y Arturo piensa en su trabajo y en esos planes de viaje a no sé dónde que retomará mañana. Yo cumplo con otras cervezas pendientes y me entero de que ha muerto Rocío Jurado. Vuelvo a casa hablando contigo del distinto valor que tienen unas vidas de otras; de los entierros espectaculares y las muertes en vida. Dónde las líneas invisibles separan el cielo del infierno; las verdades de las mentiras; las historias de esos niños buenos que alguna vez echaron a caminan sin rumbo hacia un lugar que se pierde en  ninguna parte.


Salamanca, Junio 2007. 


Fotografía: Barroso
 La Gaceta de Salamanca




                                                                                                     

martes, 19 de octubre de 2010

¿Bien ó te cuento?



“Recurro sólo a las palabras que mejoren el silencio.
Es lo que justifica el derecho a existir de una palabra”
Eduardo Galeano
Preguntas sin misterio y respuestas sin sentido. Entrevistas con forma de comunicado oficial. Palabras que solamente describen lo que ya todos intuíamos. Entrevistas de promoción que son el antimorbo de las entrevistas. Entrevistas ensayadas que dejan de serlo antes de empezar. Es una pena. Salvo puntuales excepciones -algunas, desde luego, brillantes excepciones-, el ritmo de las conversaciones que llenan los periódicos son, desde hace tiempo, pactos sociales y secretos a voces que convierten el periodismo en repetitivas frases que completan renglones, nada más. Periodistas que se dejan las orejas dentro de la redacción cuando salen a la calle víctimas de la prisa y personajes que responden lo mismo que han repetido en las cuarenta entrevistas que dejan detrás. Porque el reloj se convierte en el protagonista que le roba protagonismo a la vocación y a la propia vida.

La actualidad le gana el espacio al carisma de las personas. El ritmo frenético que se lleva la vida y nos deja un segundo de tregua para hablar. En Uruguay cuando te cruzas en la escalera con un vecino o chocas en la calle con un compañero de facultad que lleva tiempo sin verte y pregunta "Hola, ¿qué tal?" la respuesta es siempre la misma... "¿bien ó te cuento qué tal?" ...

Supe por Ana Tamarit -en una tertulia, por supuesto, sin prisas- que para ella el periodista vocacional  es una duda con patas que siente curiosidad por todo lo que se cruza en su camino. De Eduardo Galeano aprendí, -degustando jugo de naranja con calma de jubilada viuda-, que los hombres -e incluso los peores periodistas algo de humano debemos tener-, nacemos con dos orejas, dos ojos y una única boca por algún motivo divino: será que es más importante escuchar y observar que hablar. Yo, todo lo que aprendí de mi misma, es que tengo reacción alérgica a los encuentros que acaban antes de haberse dedicado cinco minutos y que los pactos se me dan bien cuando no se trata de tener que preguntar. Tengo fobia a las preguntas de manual con las que los periodistas atormentamos a los artistas que están promocionando su último disco, a los escritores que presentan por vigésima vez en su historia su novela principal o a los políticos que torean su futuro -y de paso yo a ellos y ellos a mí en tres minutos- en las butacas de la Casa Consistorial. Entrevistas ensayadas en las que no hace falta que nadie se dedique a preguntar. Exigencías del guión de una vida poco dispuesta a escuchar. Hace tiempo que ya no le encuentro el sentido.

Decidí en algún momento dejar el periodismo que mata el tiempo del reloj por ese otro que reseca la nómina pero enriquece los sentidos. ¡Nada es perfecto! Dejé de cobrar por ejercer mi profesión y me dediqué a pagar el precio del café que me cuestan las tertulias con los que todavía tienen ganas de hablar de los sueños y de las promesas que se han hecho a sí mismos. Ganas de hablar, a secas. Y yo suelo tener ganas de escuchar a quien tiene algo que decir... Así fundé mi colección de historias... en las mesas del Café Gijón, entre las rejas de la cárcel de Topas, en los peldaños de la Plaza Mayor de Madrid, en las incómodas sillas del hospital La Paz, en el salón de su casa en Montevideo, en el Monasterio de Montserrat en Barcelona, en los despachos históricos del Senado, entre las paredes de la Biblioteca Nacional... con el único pacto de dejar el reloj esperando a la vuelta de la esquina... con la firme convicción de que la cita podía posponerse hasta el momento en que ellos sintiesen qué tenían ganas de contar... (no se crean, esta petición ha provocado varias bajas para siempre en mi lista de "deseadas entrevistas").

Supongo que creo en el periodismo de charlas frente al café con pastas, de tertulias desenfadadas donde también quien habla descubre que hay cosas que todavía le sorprende acerca de sí mismo... donde hay algo que el entrevistado quiere contar y que el periodista no adivina que va a oír. Preguntar cuando desconocemos las respuestas. Entrevistas que no tienen prisa... que ya no se pagan porque ya no se venden... porque los cuaderos con plumas ya no se compran con dinero... el sueldo es el placer de cumplir con uno mismo... con la curiosidad propia... con pausa... sin prisa...

Si quiere usted escuchar.. vuelva usted mañana... ¡¡será muy bienvenido!!


domingo, 17 de octubre de 2010

La venganza de la vejez o las palabras de un Nobel

Foto: Mercedes Buceta, víctima del mal de Alzheimer. Mi bisabuela.



"El olvido está lleno de memoria". MB

Tenía la mirada perdida en algún lugar más allá de sus ilusiones, en la nostalgia inexistente de su juventud escondida en alguna caja de zapatos llena de viejas fotos, las suelas se gastaron allí donde nadie podía llegar. Él le devolvía el gesto con los recuerdos fijados en aquellos besos que estaban en el aire cuando aún no se besaban, en los sueños compartidos, en los abrazos rotos bajo escenas de cama que les robaron a la vejez.

Durante años ella le pidió que le contase con los ojos cerrados el mágico cuento de cómo se habían conocido... Él le dijo seguro de sí mismo, hace más de cincuenta años, que era un placer volver a verla al minuto siguiente de haberse visto por primera vez... la llevaba en sus sueños y tres meses después se habían casado... Él ahora lo repetía incansable y susurrante a su oído una y otra vez, una y otra vez... ella sólo lo miraba. A veces lloraba... él, expectante, buscaba en ella la firmeza de un recuerdo imposible, la emoción de reencontrarse con su propio mundo... pero ella sólo escondía sus ojos bajo la tela temiendo la cálida mano de un completo extraño que la atacaba con palabras que no decían nada... Ese amor fue entonces un obstáculo entre su yo, su soledad y su eco... él un cuerpo enamorado incapaz de despertarla del olvido, aunque sabe que el olvido está lleno de memoria...  

Esta mañana le acariciaba las mejillas mientras ella enmarcaba un gesto temeroso y frío... hoy le pareció, más que nunca, el reflejo fiel de una persona que ha perdido el alma. Las promesas de caminar de la mano hasta el final de sus vidas se perdían ahora en el olvido... en la enfermedad sombría que les aplastaba. La distancia era más eterna cada día... aunque de nuevo se arreglaba la corbata jurándose a sí mismo que lo intentaría hoy con más ganas, que el color granate era su preferido, que ella sabría reconocerlo aunque no quisiese decir nada... como cuando se enfadaba porque llegaba tarde a recogerla las mañanas de domingo. Imaginaba que ella se enfurruñaba provocando una reconciliación a la hora de la siesta. Hacía casi dos años que el abrazo ya nunca regresaba. El aire corría hasta envolverlo todo de silencio y de vacío. Él buscaba en ella a su mitad. Ella buscaba en él las respuestas que ya no se preguntaba.

Esta mañana escribí esta historia en servilletas mientras veía desde la ventana de una cafetería a dos viejecitos cogidos de la mano en la Plaza Dos de Mayo, en Malasaña. Minutos más tarde una hoja de papel me contaba una historia diferente. Aquí la tienen... la sentencia compartida que firma D. Drauzio Varella, Premio Nobel de Medicina:

En el mundo actual se está invirtiendo cinco veces más en medicamentos para la virilidad masculina y silicona para mujeres, que en la cura del Alzheimer. De aquí a algunos años, tendremos viejas de senos grandes y viejos con pene duro, pero ninguno de ellos se acordará para qué sirven.


Inevitablemente el mundo funciona por la cruel justicia de la oferta y la demanda. Y el ser humano parece estár condenado a ser víctima de la nueva religión que rinde culto al botox. Quizás el mal de Alzheimer sea entonces la salida de la esclavitud del plástico por fuera y el alma enmascarada. El olvido, por ahora, roba la voz a aquellos cuya vida ya no tiene demasiado sentido... roba sueños, roba promesas, roba el valor de la vida... y roba la posibilidad de quejarse... de gritarlo.

Últimamente paso muchas horas a la semana en los pasillos blancos de los hospitales de Madrid, y más veces de las que jamás hubiera imaginado descubro que la vocación y la ética de muchos profesionales no sólo funcionan por el tradicional sistema de compra-venta, sino que además, a menudo, buscan un prestigio internacional que sólo prometen algunas ramas determinadas. Las conocidas como enfermedades raras se duermen en el olvido de muchos despachos vacíos. Y también otras... como el Alzheimer... cruel venganza de la vejez, síndrome que sufren más de 35 millones de personas en el mundo, caminan tan despacito que a veces es la enfermedad la que se contagia en los pasillos de los hospitales... profesionales cansados de que sus investigaciones sean un grano de arena sin avances signicativos ni ingresos cuantiosos en su nómina mensual...

Al enfermo le roban la identidad y las palabras... y a los demás nos deja sin memoria compartida. Y nos obligan a caer en el olvido. Aunque sí, ya lo sé, aunque el olvido esté siempre lleno de memoria... tal vez plastificada.


martes, 12 de octubre de 2010

Entrevista pendiente con el secundario imprescindible



"Nunca me consideré simpático, por lo que tuve que aprender a reír, hablar y sentir como si lo fuera"

"Hay dos cosas en la vida que quiero por encima de todo: me gustan las mujeres y los percebes. Y las mujeres, siendo bajito, siempre son difíciles". 

Manuel Alexandre


Recuerdo hacer cola en la larga fila de uno de los cines de Punta Carretas, en el corazón de Montevideo. Llovía a cántaros aquel día de invierno gris, y una persona me acompañaba tratando de convencerme sobre el tamaño de la bolsa de palomitas. Se juntaban entonces dos actores que nunca me han decepcionado… ella por su don para conseguir dar a cualquier personaje la capacidad de contagiar alegría… él porque hay miradas que más que reflejarse en la pantalla se sientan contigo a tomar el desayuno. Pocas promesas me regalaron tanta ilusión y tanta ternura como aquella historia de amor entre China Zorrilla y Manuel Alexandre. La película era Elsa y Fred, dos octogenarios locos dispuestos a saltarse la rutina para ser felices en escenas absolutamente inolvidables. Un beso rodado que he querido compartir, muchas veces después, con las personas más especiales de mi vida. Y cada vez que recurro a ellos he reído y he llorado.

Me hubiera gustado conocerle desde que supe que llevaba en un calcetín el primer duro con el que le pagaron por hacer teatro. Preparé varias veces una entrevista en mi cabeza -deformación profesional-, a sabiendas de que a Manolito nunca le gustaron los periodistas. Él decía que la peor parte de una película era la obligación de promocionarla. Me resigné a documentarme y disfrutar de su trabajo y ser crítica sin nada que decir. Fue hace un par de años en Madrid cuando la suerte se cruzó en mi camino y mi amigo Onofre Villa, camarero durante más de cincuenta años del mágico Café Gijón, me ofreció un encuentro en la mesa donde Alexandre solía tomarse un té con leche cada día a partir de las cinco; allí me contaron que me esperó una tarde, asomado a la misma ventana de la Castellana dónde décadas atrás formó parte de la famosa tertulia de poetas que Gerardo Diego presidió. El reloj y la casualidad quiso que yo, maldita sea, nunca llegara a esa cita. Comencé un largo viaje y cuando volví Onofre estaba jubilado y Manuel ya no frecuentaba a diario el Gijón. Hoy lo siento más que nunca, no encuentro en la hemeroteca de ningún periódico las respuestas a mis preguntas... Desgraciadamente, hay tertulias que no pueden trasladarse a mañana

Hoy sé que ya no podré saber más de lo poco que sé... sin debate sobre la extendida vocación de actores porque es la mejor forma de ser hipócrita sin tener que inventarse justificación alguna. Con menos de veinte años Manuel fue aspirante a letrado, aunque meses después lo dejó por el Periodismo; de ninguna de las dos llegó a examinarse porque la Guerra Civil lo encontró en Madrid dispuesto a subirse al escenario del Teatro Español. Su Benitez de Atraco a las tres le dejó algunas de las relaciones más especiales en su vida. Tuvo que pasar de los ochenta años para tener su primer papel protagonista y Cuerda, Berlanga y Bardem supiron dirigirle como nadie aunque fue Antonio Mercero quien firmó su salida por la puerta grande del cine español.




Manuel Alexandre se escondió disimuladamente tras las tablas en aquel Madrid con hambre y frío de los años treinta y, desde allí, humildemente y casi a tientas saltó a los créditos de más de 300 películas.  No hizo falta dejar de ser el eterno secundario para convertirse en el imprescindible rey de reparto de muchas de nuestras mejores escenas. Nunca tuvo el mejor caché en el panorama cinematográfico, le faltaban centímetros de altura para besarse con la protagonista y en la época del destape ni siquiera le dieron la posibilidad de compartir una sola vez escena de cama ni con Gracita Morales… pero se ganó el corazón del público y los compañeros de rodaje, consiguió darle humanidad incluso a los personajes más rudos, fue admirado y adorado por los más grandes…Fernán Gómez, Álvaro de Luna, Alfredo Landa, López Vázquez o Agustín González que además de sus compañeros fueron también sus mejores amigos… Alexandre consiguió con su voz temblorosa, su mirada limpia y su peculiar forma tierna de enfadarse lo que muy pocos profesionales consiguen y conservan a lo largo de toda una vida… mantenerse presente en las listas de los directores de las generaciones que van llegando… invadir de talento guiones que explotan de ironía, de compromiso, de venganza, de humor, de amores, de soberbios, canallas, entrañables e incluso a Franco supo por algunas horas devolverle la vida... Manolito supo llenar una trayectoria de arte desde que empieza hasta que se marcha … ser un secundario en primera plana... ser prioritario y excelente en su profesión hasta el último momento de su vida…

Y mañana saldrá del Teatro Español de Madrid, ciudad en la que actuó por primera vez hace más de setenta años, con la voz dormida por los aplausos y en hombros por la puerta grande de los inolvidables, ed los inalcanzables. Aunque a mi se me haya hecho corto… aunque ahora sea yo quien espere siempre con un té en la mesa de piedra del Café Gijón que acuda puntual a la cita…





viernes, 8 de octubre de 2010

Mario


De mis actos de rebeldía... y conversaciones con mis amigos.
Vayan por delante mis respetos a Vargas Llosa.

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...mi padre siempre decía que la vida era simple. Que bastaba con desear con mucha fuerza algo o alguien para obtenerlo. Y el fracaso no era más que la prueba de que el deseo no había sido suficientemente intenso…
(El marido de la peluquera. Leconte) 


Mario Vargas Llosa y Mario Benedetti han sido eternos rivales en las listas de candidatos latinos a los premios de literatura más importantes del mundo... entre ellos, por supuesto, el Nobel. Si en realidad a Mario le importaba, nunca dejó que yo me diera cuenta... pero a mí si me importaba, me importó siempre y me importó mucho. Ahora sólo me importa que no esté sentado en su butaca para que me diga con su acento dulce que en realidad La ciudad de los perros habla más de la vida que nada que haya escrito un funcionario montevideano que escupía poesía desde las seis de la mañana compulsivamente. Él apreciaba como amigo y escritor al peruano, pese a las polémicas discrepancias políticas de las que hicieron partícipe varias veces a la opinión pública. Seguro que esta mañana al recibir la noticia se hubiera alegrado, le hubiera hecho una llamadita y seguiría sentado en su mesa escribiendo sobre las historias que suceden en la izquierda del mundo. Para Mario lo que decía un niño con frío sentado en una esquina cualquiera tenía más mérito que nada de lo que él escribía. Supongo que era parte de su encanto; que nunca dejó de escuchar y de admirar a los que le rodearon hasta el último suspiro. Que nunca le costó reconocer méritos ajenos. Que nunca creyó que le correspondiera por derecho el Cervantes o el Nobel de Literatura. Que siempre cedió su talento a las historias que nacen de lo que contaron otros. Que fue la pluma de lo simple.. de lo humano... de lo tierno.

Hoy que todo el mundo cita a Mario -Vargas Llosa-, hoy que descubro que realmente levanta pasiones que a mi apenas me han rasgado, yo quería recordar a Mario, a las veces que he pensado cuando salía el siempre lejano nombre del último premiado, que el año siguiente sería por el fin el momento de recibir el suyo; hoy estoy convencida de que el Nobel no ha sido para él sólo porque Marío nunca lo ha deseado con la misma fuerza, con el mismo ímpetu, con las misma necesidad de reconocimiento de los que sí sí lo han conseguido... Mario tenía deseos mucho más importantes.

Mario no quiso esperar a que en Suecia dijeran su nombre...
Porque su táctica era la humildad.
Porque su logro era el cariño.
Porque el premio que perseguía era no echar más de menos ni vivir más en pasado. Porque su premio era Luz. Y su deseo compartido.

Enhorabuena siempre, Mario.



es tan lindo / saber que usted existe / uno se siente vivo 
 y cuando digo esto / quiero decir contar  / aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco / no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio / sino para saber / a ciencia cierta
que usted sabe que puede / contar conmigo.

Mario Benedetti

martes, 5 de octubre de 2010

La intuición: cuando sin pensar se siente





A Jordi, saldando deudas con su inspiración


Se cruzaban en un café cada mañana, a la hora del desayuno; y durante horas se pensaban recordando un futuro que nunca habían vivido. Coincidían en el autobús, puntuales a la vuelta del trabajo poco después de las seis; hasta que ella lo invitó a café en la misma mesa que siempre lo había imaginado. Siempre leían el periódico en el mismo banco del parquecito los domingos, esperándose, saludándose con la intuición y sin palabras. Solían chocar sus dedos cuando se disponían a pulsar el botón del ascensor, ella iba al séptimo y él al quinto, se miraban a los ojos a la altura del segundo piso… dibujando sueños en el aire. Los dos cambiaron la oficina gris de Madrid donde se saludaban cada mañana y tropezaron en el mercado de Marrakech un jueves del mes de julio… Varias parejas situadas en diferentes lugares del mundo. Es la magia de las casualidades. De los momentos que aún no encuentran sentido o que no se han vivido todavía. Es el protagonismo de la emoción. La sonrisa de los pequeños detalles.

Se convierten en minúsculos sueños que recuerdas antes de que lleguen a pasar, sucesos que no sabemos que lo son, personas que sabes que alguna vez has encontrado, caricaturas de magia que prometen un presente distinto. Momentos perdidos o aislados en medio de la nostalgia o del infinito. Son miradas. Son rincones. Vidas cruzadas. Instantes que hacen que se mueva con más fuerza el corazón. ¿Qué une a la gente que no se conoce? ¿qué cantidad de recuerdos se agolpan en el subconsciente y por qué, de pronto, lo intuimos? ¿cómo una casualidad puede despertar el recuerdo... una señal del pasado o del futuro? ¿Cómo se registra un acontecimiento tan atado a un sentimiento? Como sabemos que la vida puede cambiar de repente, y a pesar de todo.

Descartes decía que la intuición es la capacidad de aplicar el conocimiento inmediato. Para Burke y Miller es la solución de problemas realizada de modo inconsciente y se basa en el saber acumulado por la experiencia cotidiana, una intervención automática del subconsciente. Albert Einsten, muy claro, decía que la intuición era la única cosa realmente valiosa en el mundo. Mi amigo Jordi Cristau, mucho más interesante que cualquiera de ellos, piensa que la intuición es, simplemente, el mayor don que nos ha dado la vida, la fuerza más poderosa que nace del ser humano, el subconsciente luchando contra las trivialidades y las rutinas… capaz de hacernos ver que vale la pena creer en lo que nos dice el corazón. Jordi Cristau dice que la intuición es la culpable de darnos la magia para enamorarnos...

La vida está hecha de pequeñas escenas sin final y sin principio definido. Está hecha de pequeñas conexiones que no tienen explicación, ni conclusión, ni causa. Está hecha de momentos que valen la pena. Ponemos el acento en la lógica de lo racional, y olvidamos las situaciones que ponen en marcha nuestro destino. Y vivir no tiene ninguna razón. Al fin y al cabo, casi nada tiene sentido. Salvo la magia que provoca la intuición cuando, sin pensar, de verdad se siente.