sábado, 27 de julio de 2013

Historia de una abertzale: "El día que no fui de ETA"


 



 
Hay entrevistas que se guardan en la recámara y que nunca se olvidan, porque incluso sin tener muy claros los motivos, descubres que han supuesto un antes y un después en la historia de tu aprendizaje. Hoy, sin buscarla, me encontré con el borrador de una de ellas. A lo largo de mi vida, por múltiples razones, he tenido ocasión de hablar con muchas personas vinculadas al conflicto vasco e incluso en más de una ocasión he mantenido encuentros con ex miembros de la banda terrorista ETA. No es extraño, pasé más de cuatro años de mi vida frecuentando las cárceles de España. Y sin embargo, al pensar en el País Vasco la recuerdo siempre a ella...que me explicó tantas cosas y me dejó una herencia inconfesable que ni con todas las palabras del mundo se podría  transcribir aquí....


Tiene 45 años. Nació en el País Vasco y ha pasado la mayor parte de su vida en Madrid. Su vida transcurre en una familia normal… Madre y esposa, hija y hermana, vecina y compañera… nunca habla a los suyos de su pasado, de sus ideas, de su futuro. Simplemente, porque considera que la política es algo íntimo, y que por rebeldía ya no quiere defenderse más. Qué cada uno piense lo que le interese. Ella es sociable, divertida, curiosa… lleva una vida casi rutinaria y es abertzale aunque no comulga con las estrategias de ETA. El resto, lo resume en pocas palabras pero lo deja bien claro.

Llevo toda la vida explicando que no soy etarra, que no creo en la muerte como opción política, que no defiendo la violencia… Pero también llevo toda la vida silenciada, teniendo que ocultar mis ideas, pasando miedo cuando voy por la calle, atemorizada por la extrema derecha sólo porque nací en el País Vasco… pero también por gente que se supone más moderada que la extrema derecha”.

Su historia comienza hace varias décadas, cuando el primer Ministro del Interior de Felipe González ofrece a quienes den el nombre de un etarra un millón de pesetas por delatarles. Ella y su familia vivía en Madrid por aquel entonces, pero unos vecinos vieron la ocasión perfecta de mejorar su calidad de vida, y apostaron su cabeza. “Creo que mi familia y yo eran los únicos vascos que conocían… y la cantidad de dinero era muy tentadora”. Desde entonces, arrancó su infierno personal, que duró más de dos décadas.

“Hasta entonces nunca me había interesado la política… me interesaba la literatura, el cine, las historias humanas… pero la política siempre me había parecido algo lejano al pueblo, algo frío… y todavía me lo parece. Yo no tengo una ideología política, ni siquiera ahora, tengo una ideología del corazón y eso es lo que defiendo, mis sentimientos. Creo que el pueblo vasco ha sido torturado, atemorizado, condenado, criticado, masacrado por ser vascos… porque convivían cerca de ETA, porque a costa de usar el nombre de una banda terrorista muchos violentos sin ideología ni identidad se subieron al carro… muchos ni siquiera eran vascos… pero querían destacarse por algo, y se sumaron a la banda como podían haberse unido a los ultrasur, los boixos nois, los antifascistas, las bandas radicales en cualquier sentido… es gente sin cultura, sin intereses, sin expectativas… que buscan un lugar para destacar y sentirse especiales…
 
-          ¿Qué la convierte en Abertzale?

Mis raíces, mi herencia, mi cultura, mi idioma, mi literatura… pero sobre todo, una inmensa e injusta represión. Una tortura silenciada durante décadas.
-          ¿Ha sentido miedo?

Mucho, muchísimo, cada día. Miedo a las personas que me pinchaban el teléfono, a las que me seguían por la calle, a las que me habían denunciado injustamente a cambio de dinero, miedo al qué dirán… y un miedo atroz a que cambian las tornas… a qué mañana llegue al poder la extrema derecha y mis hijas estén registradas en la memoria del estado como niñas vascas. Tengo un íntimo amigo de derechas que me ha jurado que si las cosas se tuercen… sacará a mis hijos de España. Siento impotencia. Siento miedo. Siento rabia. Y siento silencio… que es uno de los vacíos más inmensos que pueden torturarte.
 -          ¿Por qué el fin de ETA ahora?

Puede haber mucho de cosas pequeñas, de detalles, pero mi opinión es que no es una gestión del Gobierno, ni una falta de financiación,  ni un cambio de opinión, ni un desgaste… mi opinión es que el pueblo vasco va venciendo barreras y ha rechazado a la banda, y eso ellos lo notan. Ya se ha dicho no al impuesto revolucionario, a las manifestaciones en la calle, al apoyo público… ETA sabe que los vascos no queremos más violencia sin sentido, que no queremos seguir estando en el punto de mira del estado solo porque ellos nos colocan ahí, frente a la opinión pública…
 -          ¿Nunca van a enterrar vascos y españoles el rencor? Si seguimos haciendo un ojo por ojo…

Creo que ya se está haciendo. Creo que la sociedad vasca del 2011 en adelante no tiene nada que ver con la de la transición, con la de hace veinte años… El pueblo vasco estaba muy rebotado, muy enfrentado, muy dolido… ahora empieza a enterrar armas, a cerrar heridas, a querer olvidar… Realmente pienso que el pueblo –no los locos que sólo quieren sentirse fuertes-, la gente de verdad quiere luchar ya por la paz, por la dignidad de su pueblo, por reescribir una nueva página en la historia… Y la única forma de hacerlo es a través de la democracia, en las urnas.

-          ¿Votar a quienes han apoyado a ETA o quienes formaban parte de ella, le parece digno?

Me da igual si es digno o no en realidad, lo que importa es el único camino que nos queda. Queremos la paz, queremos limpiar la memoria del País Vasco, queremos que aunque sea a través de un embudo los violentos vayan entendiendo que la política no es la guerra, no es la muerte… es la palabra. Y repito, no hablo de los violentos que hacen pintadas… hablo de la gente que realmente era un peligro porque tenía la trayectoria de ETA dentro de sus cabezas, dentro de sus ideas.
 -          ¿Y en qué momento decide que no puede hablar de sus ideas en público?     ¿Qué sucede cuando dice a la gente cómo piensa?

Solo quiero que sepa una cosa. Nunca más voy a volver a hablar de este tema. Aquí se termina esta tertulia. He sufrido mucho tiempo por ser vasca, porque es injusto que una tierra tan maravillosa siempre parezca sucia y manchada por el nombre de ETA, porque la campaña que se hace en todo el Estado español contra los vascos es demoledora. El silencio es un precio menor que el desprecio... y hay guerras en las que yo no quiero seguir batallando. He perdido amigos y familia por defender un sentimiento propio, no una cuestión política, y el miedo que es siempre el peor enemigo ronda a menudo pro aquí. Yo he bajado los brazos de cara al exterior, por dentro seguiré sintiendo a mi manera porque lo vivido no lo borra nadie. Mis razones las tiene, mi presente también... y en el futuro seré, simplemente, un espectador más que observa la película desde la fila del fondo.


jueves, 25 de julio de 2013

Galicia, hoy me cuesta cerrar el día

 
 
 
 
 
Meiga hasta cuando las penas invaden las alegrías

 
La noche del 24 al 25 de julio del 2005 yo tenía 21 años y un billete de avión rumbo a Uruguay para la mañana siguiente. Estaba muerta de nervios y tenía dos formas de despedirme... en silencio o a carcajadas; como la callada nunca se me dio bien, me rodeé aquella tarde de casi toda mi gente en la plaza donde vamos desde siempre y corrieron las cañas en La Verdura. A un cuarto para las doce de la noche brindé por la felicidad de mis amigos hasta que llegase el reencuentro y cambié de ubicación mientras me citaba con el chico que me traía de cabeza, el plan era despedirse con un abrazo... Así, pegados y en silencio, nos pasamos diez minutos hasta que, esto no estaba en guión, el cielo se llenó de fuegos artificiales. Eran las doce de la noche más galega del año. Mis amigas, acostumbradas a vivir desde la primera fila del cine lo mejor y peor de mi, nos espiaban detrás de un árbol convencidas de que, un beso más, y el avión despegaría sin mi sentada dentro.
 
Se equivocaron. Al día siguiente atravesé por primera vez el Atlántico y entendí, de verdad, lo que supone elegir un camino y aprender a echar de menos. El dolor de las despedidas (incluso las que prometen un reencuentro al final). No sólo extrañar a la gente que quieres, a la familia, a los amigos imprescindibles, a tus rincones, a tu gente, el camino que no andarás... aprendí lo que supone echar de menos una etapa de mi misma que ese día se cerró. Crecí un poco de golpe y me hice más fuerte. Cuando uno vive algo que le remueve tanto por dentro sabe que, de una vez y para siempre, ha echado a volar.
 
Hoy, recordando aquella noche mientras las redes sociales, los medios de comunicación y cada persona que me he cruzado en el camino comenta el terrible dolor que siente hoy Galicia, no puedo evitar tener -de otra manera pero con la misma intensidad- aquella sensación a cemento gris que asegura que el pasado a veces se aleja muy deprisa.
 
Hay casualidades, tan duras, que parecen mentira... cuando el calendario anuncia fiesta y la actualidad rompe a llorar. Hoy me cuesta cerrar el día y despedir a esas personas que ya nunca volverán a estar con sus familias... esos abrazos partidos que no volverán a darse, los reencuentros que se esperaban en la siguiente estación y se quedaron entre las vías... ¡Esas personas a las que hoy, sin opción a besos ni despedida,  les han obligado a volar... a cambiar para siempre las vidas de sus familias, a seguir avanzando echando de menos y a olvidar para siempre unas rutinas que ahora se quedan vacías!
 
Un dolor que no se palia incluso con el corazón entregado que ofrece Galicia, un pueblo tan solidario que no se merece a los políticos que les dominan. La generosidad de unos profesionales, parados o en huelga, que se entregan a su vocación olvidando sus propias luchas. La tragedia es terrible y el dolor hoy convierte en densa la tristeza de Galicia.
 
Gracias por cada mensaje y cada mirada de cariño hacia esta tierra hermosa y abierta hasta cuando las lágrimas ganan a las alegrías. Galicia es aún más meiga y más valiente que nunca.  La solidaridad nos engrandece aunque hoy cueste todavía, meterse en la cama y cerrar por fin este día.