jueves, 25 de julio de 2013

Galicia, hoy me cuesta cerrar el día

 
 
 
 
 
Meiga hasta cuando las penas invaden las alegrías

 
La noche del 24 al 25 de julio del 2005 yo tenía 21 años y un billete de avión rumbo a Uruguay para la mañana siguiente. Estaba muerta de nervios y tenía dos formas de despedirme... en silencio o a carcajadas; como la callada nunca se me dio bien, me rodeé aquella tarde de casi toda mi gente en la plaza donde vamos desde siempre y corrieron las cañas en La Verdura. A un cuarto para las doce de la noche brindé por la felicidad de mis amigos hasta que llegase el reencuentro y cambié de ubicación mientras me citaba con el chico que me traía de cabeza, el plan era despedirse con un abrazo... Así, pegados y en silencio, nos pasamos diez minutos hasta que, esto no estaba en guión, el cielo se llenó de fuegos artificiales. Eran las doce de la noche más galega del año. Mis amigas, acostumbradas a vivir desde la primera fila del cine lo mejor y peor de mi, nos espiaban detrás de un árbol convencidas de que, un beso más, y el avión despegaría sin mi sentada dentro.
 
Se equivocaron. Al día siguiente atravesé por primera vez el Atlántico y entendí, de verdad, lo que supone elegir un camino y aprender a echar de menos. El dolor de las despedidas (incluso las que prometen un reencuentro al final). No sólo extrañar a la gente que quieres, a la familia, a los amigos imprescindibles, a tus rincones, a tu gente, el camino que no andarás... aprendí lo que supone echar de menos una etapa de mi misma que ese día se cerró. Crecí un poco de golpe y me hice más fuerte. Cuando uno vive algo que le remueve tanto por dentro sabe que, de una vez y para siempre, ha echado a volar.
 
Hoy, recordando aquella noche mientras las redes sociales, los medios de comunicación y cada persona que me he cruzado en el camino comenta el terrible dolor que siente hoy Galicia, no puedo evitar tener -de otra manera pero con la misma intensidad- aquella sensación a cemento gris que asegura que el pasado a veces se aleja muy deprisa.
 
Hay casualidades, tan duras, que parecen mentira... cuando el calendario anuncia fiesta y la actualidad rompe a llorar. Hoy me cuesta cerrar el día y despedir a esas personas que ya nunca volverán a estar con sus familias... esos abrazos partidos que no volverán a darse, los reencuentros que se esperaban en la siguiente estación y se quedaron entre las vías... ¡Esas personas a las que hoy, sin opción a besos ni despedida,  les han obligado a volar... a cambiar para siempre las vidas de sus familias, a seguir avanzando echando de menos y a olvidar para siempre unas rutinas que ahora se quedan vacías!
 
Un dolor que no se palia incluso con el corazón entregado que ofrece Galicia, un pueblo tan solidario que no se merece a los políticos que les dominan. La generosidad de unos profesionales, parados o en huelga, que se entregan a su vocación olvidando sus propias luchas. La tragedia es terrible y el dolor hoy convierte en densa la tristeza de Galicia.
 
Gracias por cada mensaje y cada mirada de cariño hacia esta tierra hermosa y abierta hasta cuando las lágrimas ganan a las alegrías. Galicia es aún más meiga y más valiente que nunca.  La solidaridad nos engrandece aunque hoy cueste todavía, meterse en la cama y cerrar por fin este día.





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