lunes, 10 de mayo de 2010

Cafés de domingo y las nostalgias de seda con destino




Sólo cuando uno asume que el domingo no es un día cualquiera empieza a encontrar sentido a las cosas. Sólo entonces uno comprende porque, pese a odiar la soledad, disfruta de los cafés silenciosos donde la vida sólo tiene sentido dentro de la imaginación de uno mismo. Mundanas miradas a través del cristal que deja pasar la vida de los otros por la acera. Cucharilla mareada en el interior de la taza de café que revuelve la tristeza para convertirla en destino. Sobre de azúcar de papel doblado hasta el infinito, tratando de remendar los recuerdos blindados que saldrán volando del saquito de seda. Olor a café goteando por las ranuras de la mesa de mármol, son restos de sueños y no pies de hierro de cañones fundidos que rinden homenaje a batallas y guerras.

Sólo cuando uno asume que el domingo no es un día cualquiera deja de ser indigente para convertirse en trotamundos. Deja de ser el perdedor cabizbajo que apura el café del desayuno bajo la mirada extenuante de su jefe, para convertirse en el hombre que moja un cruasán tierno y brinda porque el director comparta algún día la distracción provocada por la sensual secretaria veinteañera. Sólo entonces la nariz deja de pegarse contra el cristal del metro en un apuro desesperado por llegar esta mañana puntual a tu condescendiente martirio, para compartir la ocasión de hacer muecas a los niños que se quedan en el andén… ¡¡la irresponsabilidad de empezar el día con otra sonrisa!!

Sólo cuando uno asume que realmente no es un día cualquiera, deja de llorar los domingos por la tarde. Deja de buscar en la cartera que se multipliquen los billetes. Deja de atosigar al marido con la hipoteca, a la niña con el miedo de salir a la calle, de volver esta noche más tarde, de desconfiar hasta de su sombra inerte en el parque del Retiro. Sólo cuando se asume, las lentejas dejan de ser enemigas que te asaltan a la hora de la siesta. Los miedos dejan de ser puñaladas que atosigan a la confianza en el vecino. Sólo entonces los domingos dejan de ser días vacíos para convertirse en días de fiesta. Sólo entonces la vida descubre un sentido: rebelde, irregular, ilógico. Un sentido al fin y al cabo.

Sólo cuando uno asume que el domingo no es un día cualquiera, comprende que los telediarios no debiesen ocupar las comidas en familia ni hacerse hueco a calzador en las mesas de enamorados. Que los periódicos son sólo novelas influidas por la conciencia del que dibuja portadas y editoriales a bien del bolsillo. Que las miradas acristaladas a través de la pantalla no son destino ni consciencia marcada de nadie. Sólo injusticias que roban el tiempo a las historias que valen la pena.

Los domingos tienen ese sabor agridulce que solamente tienen las cosas que tienen dos vertientes. La lógica ilógica. La insensatez sensata. La injusticia justa. Sólo cuando uno asume que los domingos son un día cualquiera...

Y entonces, el café es simplemente una taza con aroma y azúcar moreno; las nostalgias un gusanito de seda con destino.



1 comentario:

  1. Pues que al igual que la vida no es una media sino un todo, la semana no puede tener 6 días nada más (aunque a veces los domingos se fusionen con los lunes :P) y seguro en el momento que se capta es que dejamos de ser indigentes como decís, para bien o para mal.
    Saludos

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