sábado, 13 de noviembre de 2010

Hasta siempre, Mr. Berlanga


Foto: Jose Aymá - El Mundo


"Pensaba que lo más jodido de mi vida había sido la censura de Franco.
¡Pues no! Lo más jodido es la pérdida de la memoria" Berlanga, 2000
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"Lo bueno de tener años es que uno puede creer ya en lo que le de la gana"
Berlanga, 2010



El mundo debe andar mal, cuando todos los grandes se despiden. Berlanga había manifestado en varias ocasiones su preferencia de joderse ante el dolor, porque más le jodería morirse. Sin embargo, una vez más, defiende con hechos su pasión por la contradicción humana y se marcha por la puerta grande sólo unos días después de contar en exclusiva que seguía un tratamiento capaz de hacerle inmortal; consumía pastillas blancas contra el dolor ajeno. 

La misma contradicción con la que se despide es aquella con la que supo cambiar la fotografía de la memoria colectiva. La misma contradicción con la que manifiesta que lo bueno de tener años es que uno puede creer ya en lo que le de la gana, como si acaso Berlanga no fuera  durante toda una vida la muñeca y la mirada de un país dispuesto a reescribir su historia.

Dicen hoy las páginas de los periódicos que Luis G. Berlanga era una marabunta de ideas contrapuestas proyectándose en la vida misma y dispuesto a no olvidarla. Quizás eso explica que su educación jesuíta terminase por firmar una colección de publicaciones eróticas; que un vocacional estudiante de derecho hiciera justicia en los créditos internacionales de las pantallas de cine; que aquel juzgado por la dictadura como "un hombre sin conciencia de patriotismo" sea quien ha contado la historia de la nación de Franco a lo largo del mundo; que un eterno pacifista se alistase para ir el frente con el bando republicano y más tarde se uniese a la División Azul mientras redactaba en su cabeza los mejores guiones de la batalla interna de la Guerra Civil española.

Sólo hay algo que me parece más admirable que saber escribir un buen cuento, y es saber transcribir los cuentos que suceden en la vida. El Verdugo, Bienvenido Mr Marshall, Plácido... son las botas con la memoria puesta; la memoria que ahora se le escondía desde que el Alzheimer aterrizó en su vida. Hace ya varios años que leí a Borges diciendo que España era una película de Berlanga, y aquellas palabras se me clavaron a fuego porque él  logró contar una Guerra Civil a golpe de carcajadas de risa. Supo romper el rumbo dramático de las cosas para conseguir llenar la realidad de una forma distinta, rasgar y rescatar lo inolvidable condenado al olvido de la tristeza. Cuesta, y mucho, cambiar desde una España estancada en el silencio la forma en la que nos escribimos a nosotros mismos.

Y si Berlanga era el dueño del cine, también fue dueño de la provocación contra toda molestia, contra todo silencio.  También fue dueño del imaginario colectivo. Promotor provocador de los sueños  y pesadillas atrapados en el  siglo XX. Así se va, igual que vino. Alzando la voz en el salón de su casa, acompañado por la mujer que le sirve el café y las pastillas y por uno de sus nietos.  Dejándonos entrar  a través del ojo de las cámaras en la intima forma de terminar su vida. Escuchando como su voz resuena como contando la historia del mundo. Convirtiendo las ocho enfermedades que más muertes provocan mundialmente en pastillas de colores capaces de contar un cuento. Logrando que la publicidad de Médicos sin Fronteras se emita hoy en primera hora de todos los informativos. 

Ese, no podía ser otro, fue su último testimonio antes de bajar el telón para siempre. 




 




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