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domingo, 17 de octubre de 2010

La venganza de la vejez o las palabras de un Nobel

Foto: Mercedes Buceta, víctima del mal de Alzheimer. Mi bisabuela.



"El olvido está lleno de memoria". MB

Tenía la mirada perdida en algún lugar más allá de sus ilusiones, en la nostalgia inexistente de su juventud escondida en alguna caja de zapatos llena de viejas fotos, las suelas se gastaron allí donde nadie podía llegar. Él le devolvía el gesto con los recuerdos fijados en aquellos besos que estaban en el aire cuando aún no se besaban, en los sueños compartidos, en los abrazos rotos bajo escenas de cama que les robaron a la vejez.

Durante años ella le pidió que le contase con los ojos cerrados el mágico cuento de cómo se habían conocido... Él le dijo seguro de sí mismo, hace más de cincuenta años, que era un placer volver a verla al minuto siguiente de haberse visto por primera vez... la llevaba en sus sueños y tres meses después se habían casado... Él ahora lo repetía incansable y susurrante a su oído una y otra vez, una y otra vez... ella sólo lo miraba. A veces lloraba... él, expectante, buscaba en ella la firmeza de un recuerdo imposible, la emoción de reencontrarse con su propio mundo... pero ella sólo escondía sus ojos bajo la tela temiendo la cálida mano de un completo extraño que la atacaba con palabras que no decían nada... Ese amor fue entonces un obstáculo entre su yo, su soledad y su eco... él un cuerpo enamorado incapaz de despertarla del olvido, aunque sabe que el olvido está lleno de memoria...  

Esta mañana le acariciaba las mejillas mientras ella enmarcaba un gesto temeroso y frío... hoy le pareció, más que nunca, el reflejo fiel de una persona que ha perdido el alma. Las promesas de caminar de la mano hasta el final de sus vidas se perdían ahora en el olvido... en la enfermedad sombría que les aplastaba. La distancia era más eterna cada día... aunque de nuevo se arreglaba la corbata jurándose a sí mismo que lo intentaría hoy con más ganas, que el color granate era su preferido, que ella sabría reconocerlo aunque no quisiese decir nada... como cuando se enfadaba porque llegaba tarde a recogerla las mañanas de domingo. Imaginaba que ella se enfurruñaba provocando una reconciliación a la hora de la siesta. Hacía casi dos años que el abrazo ya nunca regresaba. El aire corría hasta envolverlo todo de silencio y de vacío. Él buscaba en ella a su mitad. Ella buscaba en él las respuestas que ya no se preguntaba.

Esta mañana escribí esta historia en servilletas mientras veía desde la ventana de una cafetería a dos viejecitos cogidos de la mano en la Plaza Dos de Mayo, en Malasaña. Minutos más tarde una hoja de papel me contaba una historia diferente. Aquí la tienen... la sentencia compartida que firma D. Drauzio Varella, Premio Nobel de Medicina:

En el mundo actual se está invirtiendo cinco veces más en medicamentos para la virilidad masculina y silicona para mujeres, que en la cura del Alzheimer. De aquí a algunos años, tendremos viejas de senos grandes y viejos con pene duro, pero ninguno de ellos se acordará para qué sirven.


Inevitablemente el mundo funciona por la cruel justicia de la oferta y la demanda. Y el ser humano parece estár condenado a ser víctima de la nueva religión que rinde culto al botox. Quizás el mal de Alzheimer sea entonces la salida de la esclavitud del plástico por fuera y el alma enmascarada. El olvido, por ahora, roba la voz a aquellos cuya vida ya no tiene demasiado sentido... roba sueños, roba promesas, roba el valor de la vida... y roba la posibilidad de quejarse... de gritarlo.

Últimamente paso muchas horas a la semana en los pasillos blancos de los hospitales de Madrid, y más veces de las que jamás hubiera imaginado descubro que la vocación y la ética de muchos profesionales no sólo funcionan por el tradicional sistema de compra-venta, sino que además, a menudo, buscan un prestigio internacional que sólo prometen algunas ramas determinadas. Las conocidas como enfermedades raras se duermen en el olvido de muchos despachos vacíos. Y también otras... como el Alzheimer... cruel venganza de la vejez, síndrome que sufren más de 35 millones de personas en el mundo, caminan tan despacito que a veces es la enfermedad la que se contagia en los pasillos de los hospitales... profesionales cansados de que sus investigaciones sean un grano de arena sin avances signicativos ni ingresos cuantiosos en su nómina mensual...

Al enfermo le roban la identidad y las palabras... y a los demás nos deja sin memoria compartida. Y nos obligan a caer en el olvido. Aunque sí, ya lo sé, aunque el olvido esté siempre lleno de memoria... tal vez plastificada.