“Recurro sólo a las palabras que mejoren el silencio.
Es lo que justifica el derecho a existir de una palabra”Eduardo Galeano
Preguntas sin misterio y respuestas sin sentido. Entrevistas con forma de comunicado oficial. Palabras que solamente describen lo que ya todos intuíamos. Entrevistas de promoción que son el antimorbo de las entrevistas. Entrevistas ensayadas que dejan de serlo antes de empezar. Es una pena. Salvo puntuales excepciones -algunas, desde luego, brillantes excepciones-, el ritmo de las conversaciones que llenan los periódicos son, desde hace tiempo, pactos sociales y secretos a voces que convierten el periodismo en repetitivas frases que completan renglones, nada más. Periodistas que se dejan las orejas dentro de la redacción cuando salen a la calle víctimas de la prisa y personajes que responden lo mismo que han repetido en las cuarenta entrevistas que dejan detrás. Porque el reloj se convierte en el protagonista que le roba protagonismo a la vocación y a la propia vida.
La actualidad le gana el espacio al carisma de las personas. El ritmo frenético que se lleva la vida y nos deja un segundo de tregua para hablar. En Uruguay cuando te cruzas en la escalera con un vecino o chocas en la calle con un compañero de facultad que lleva tiempo sin verte y pregunta "Hola, ¿qué tal?" la respuesta es siempre la misma... "¿bien ó te cuento qué tal?" ...
Supe por Ana Tamarit -en una tertulia, por supuesto, sin prisas- que para ella el periodista vocacional es una duda con patas que siente curiosidad por todo lo que se cruza en su camino. De Eduardo Galeano aprendí, -degustando jugo de naranja con calma de jubilada viuda-, que los hombres -e incluso los peores periodistas algo de humano debemos tener-, nacemos con dos orejas, dos ojos y una única boca por algún motivo divino: será que es más importante escuchar y observar que hablar. Yo, todo lo que aprendí de mi misma, es que tengo reacción alérgica a los encuentros que acaban antes de haberse dedicado cinco minutos y que los pactos se me dan bien cuando no se trata de tener que preguntar. Tengo fobia a las preguntas de manual con las que los periodistas atormentamos a los artistas que están promocionando su último disco, a los escritores que presentan por vigésima vez en su historia su novela principal o a los políticos que torean su futuro -y de paso yo a ellos y ellos a mí en tres minutos- en las butacas de la Casa Consistorial. Entrevistas ensayadas en las que no hace falta que nadie se dedique a preguntar. Exigencías del guión de una vida poco dispuesta a escuchar. Hace tiempo que ya no le encuentro el sentido.
Decidí en algún momento dejar el periodismo que mata el tiempo del reloj por ese otro que reseca la nómina pero enriquece los sentidos. ¡Nada es perfecto! Dejé de cobrar por ejercer mi profesión y me dediqué a pagar el precio del café que me cuestan las tertulias con los que todavía tienen ganas de hablar de los sueños y de las promesas que se han hecho a sí mismos. Ganas de hablar, a secas. Y yo suelo tener ganas de escuchar a quien tiene algo que decir... Así fundé mi colección de historias... en las mesas del Café Gijón, entre las rejas de la cárcel de Topas, en los peldaños de la Plaza Mayor de Madrid, en las incómodas sillas del hospital La Paz, en el salón de su casa en Montevideo, en el Monasterio de Montserrat en Barcelona, en los despachos históricos del Senado, entre las paredes de la Biblioteca Nacional... con el único pacto de dejar el reloj esperando a la vuelta de la esquina... con la firme convicción de que la cita podía posponerse hasta el momento en que ellos sintiesen qué tenían ganas de contar... (no se crean, esta petición ha provocado varias bajas para siempre en mi lista de "deseadas entrevistas").
Supongo que creo en el periodismo de charlas frente al café con pastas, de tertulias desenfadadas donde también quien habla descubre que hay cosas que todavía le sorprende acerca de sí mismo... donde hay algo que el entrevistado quiere contar y que el periodista no adivina que va a oír. Preguntar cuando desconocemos las respuestas. Entrevistas que no tienen prisa... que ya no se pagan porque ya no se venden... porque los cuaderos con plumas ya no se compran con dinero... el sueldo es el placer de cumplir con uno mismo... con la curiosidad propia... con pausa... sin prisa...
Si quiere usted escuchar.. vuelva usted mañana... ¡¡será muy bienvenido!!
Volveré :)
ResponderEliminarY yo... tenemos tantos cafés pendientes!!!
ResponderEliminarCuando he tenido este texto en mis manos ( digitalmente hablando) me he sentido una privilegiada. Cuando lo he leído, releído, y vuelto a releer, no puedo mas que sentir una gran admiración por la persona que lo ha escrito. Por la valentía de una PERIODISTA al escribir este artículo sobre el periodismo.
ResponderEliminarMi mas sincera enhorabuena, Alba, porque eres PERSONA y eres PERIODISTA, porque como persona llevas a tu profesión muchos de esos valores que la hacen grande y digna. Y como periodista ejerces tu profesión desde el respeto a tí misma y a tus entrevistados.
Estoy segura que este artículo está escrito con el único afán de narrar una historia, tu historia. Pero seguramente todos los que lo hayamos leido hayamos aprendido algo. Por eso has escrito, quizás sin tú saberlo, un artículo...¡¡¡¡ BRILLANTE!!!!