"En la vida todos tenemos un camino, y ese camino hay que recorrerlo. Tarde o temprano las cosas que estaban previstas terminan pasando, es muy complicado que aprendas a esquivar tu destino”
Al final de la tarde decidimos que hay una línea muy fina que lo separa casi todo; la cordura de la locura, la verdad de las mentiras, la bondad de la maldad… los sueños de las pesadillas. Todo se basa en pequeñas decisiones o casualidades que te van llevando por un camino sin retorno, dónde las palabras, los escenarios o los brindis permiten que crucemos esas líneas entre la realidad y la ficción sólo algunas veces.
Cuando lo conocí llevaba algo más de dieciocho años en prisión, una larga lista de diarios que hablaban de la vida y una tendencia casi obsesiva a analizar todo lo que le rodeaba entre aquellas cuatro paredes. Ahora me invita a una cerveza mientras el Tormes le moja los pies, pierde la vista en el horizonte y me hace reír con esas anécdotas en las que convierte casi todo lo que hace. ¿Saben qué? No todos los días uno puede traspasar esa línea que divide su vida de las del resto… y es que en realidad, sólo hay una forma; querer escuchar cuando alguien ha decidido contarlo.
Treinta y seis años; con diez dejaste la casa de tus padres, con doce entraste en un correccional de menores, cumpliste los dieciséis años en el calabozo e ingresaste en prisión donde pasaste los últimos veinte. Ahora estamos aquí…
Y que a gustito. Y que cambiado. Y que… la vida es un camino que te lleva todo recto. Los historiales nunca dicen el porqué de las cosas… quizás así todo tuviera un sentido. En todo caso, ¿sabes qué? No vale la pena envidiar a nadie, ¿para qué si tu vas a seguir siendo tú hasta que te mueras?
¿Explicas el por qué de tu vida en ese borrador de novela que estás escribiendo?
Se llama “Los chicos buenos también van al infierno”. Es una especie de biografía; me desahoga escribir y no conozco nada más que a mí mismo. El libro habla de que no siempre se elige, que los chicos buenos también se descubren en caminos que no les corresponden… Empecé a escribirla en Cáceres II, dentro de la prisión, tenía poco más de dieciséis años y una condena que prometía mucho tiempo.
Pero hubo un primer día en el que elegiste delinquir, ¿lo recuerdas?
Recuerdo el porqué. Yo no aguantaba más vivir con mis padres… y tenía diez años, ¿te imaginas todo lo que tenía que estar pasando? Por desgracia siempre me ha gustado vivir bien… No me quedaba más que robar para comer, para vestir, para salir, para enfrentar cada día... Aprendí a ser libre y después no era capaz de adaptarme a los reformatorios. Me escapaba de uno a otro, recorrí Segovia, Valladolid, Salamanca…
Y así hasta que entras en la cárcel…
Ese es el principio… o el fin de tantas cosas. Una vez que pasan los dos primeros años es como que te curtes, te haces, te aprendes las normas y te acomodas… pero los primeros años, cuando te condenan, es terrible. Entre siendo un niño y aprendí de todo… estudié pedagogía infantil, me saqué algunos títulos… sabes que todo el mundo necesita una escuela para madurar, ¿no? La mía fue Cáceres II. Acababa de salir de primer grado y me metieron allí.
¿Primer grado? Así que en régimen de aislamiento…
Es terrible. Tú estás sólo en una celda muy pequeña… según pasan los días y dependiendo del comportamiento te dejan más o menos tiempo de patio dónde al menos ves la luz. En el centro donde yo estaba, en el año 87, te pasabas veintitrés horas al día chapado en la celda. Sólo cierra los ojos e imagínate veintitrés horas al día mirando la misma pared.
¿Y qué piensa un hombre veintitrés horas sólo consigo mismo?
Aprende a pensar, que es lo mejor que puede hacer el ser humano. La cárcel te automatiza; haces lo mismo, te mueves igual durante las mismas horas, no puedes trabajar con nada… ni ver nada, ni entretenerte con nada. No hay nada. Nada salvo la cabeza; el coco que no para de dar vueltas.
¿Y sobre qué gira el coco durante veinte años?
Piensa en todo… en lo realizable y en los sueños. A veces hasta te olvidas de que algún día tendrás la libertad. Yo me he entretenido observando a la gente, aprendiendo a entender el significado de una mirada, de una sonrisa, de un gesto sin preguntar a nadie… Todo se convierte en previsible. Hay muchos dentro que viven como entes… con la metadona no participan en actividades, sólo suben, bajan, duermen, comen, caminan; te atontan y pierdes la única herramienta que tienes: el pensamiento… Yo solía fijar la mirada en un punto del patio y me di cuenta que todas las personas que hay a tu alrededor tienen el mismo perfil, el mismo caminar, el mismo color de tez…
Palizas a toda la galería… ¿leyendas de dentro de la cárcel que tu viviste en carne propia?
Recuerdo unas navidades que nos pegaron a todos, a los cien reclusos de la galería de primer grado. Aquel día uno se había autolesionado, se había clavado algo en el estómago… el resto comenzaron a golpear las puertas fuerte para que vinieran los funcionarios y no muriera. La respuesta fue una paliza a cada uno. Yo no me enteré de nada… estaba escribiendo una carta y cuando me di cuenta tenía un porrazo en toda la cabeza… Todo eso yo creo que ya no existe a esos niveles, hay muchas injusticias, muchas cosas que cambiar... pero ya no pasa lo que pasaba antes. Bien por las denuncias, bien porque los presos también tienen unas mejores condiciones… no lo sé.
¿No te puede la soledad?
No queda otro remedio que aprender a convivir con ella; vivir o morir. Vivimos en una sociedad muy intolerante; así que la soledad a veces es un regalo. Pasé esos dos primeros años más insociable que nunca pero más tranquilo que en segundo grado. Yo era muy rebelde, los nervios en la cárcel están afilados y es fácil buscarse problemas. Te preocupan las reacciones de los demás y las de ti mismo… y al final en la cárcel sólo existes tú.
¿Solía traicionarte la imaginación?
Solía traicionarme la realidad. Son las rejas, los funcionarios, los internos, aquel drogadicto, aquel borracho, aquel violador… Y ahora estoy aquí sentado, hablando de lo que me apetece, sintiendo las hojas, el agua… la libertad.
Y aún así, un índice de reincidencia de más del ochenta por ciento de los internos, ¿por qué?
No todos tenemos el prestigio ni la suerte de poder escoger. La cárcel es muy dura, tú la has visto… tú has entrado y has vivido por dentro una mínima parte de lo mal que funciona… pero hay gente que nunca jamás va a estar interesada en saber cómo pienso, ni ninguno de los que hay dentro…Yo jamás he visto entrar en mi módulo para ver qué pensamos y como somos ni al alcalde, ni a la policía, ni a nadie… no me los puedo imaginar allí. Y es que pertenezco a un colectivo, a una parte del mundo que no somos sociales del todo. Un preso está marcado para siempre… y a veces es muy difícil sobrevivir si no eres parte del mundo.
¿Y no hay otro sitio para huir del mundo que no sea una cárcel...? ¿realmente hay veces donde uno no puede elegir cambiar su vida?
No sabes lo que es pasar hambre, Al. No lo sabes. No es sólo la droga, los vicios, la maldad… hay mucha gente que entra en prisión porque ha sufrido de hambre. Tú ves la tele, los coches, los chalets… y ves que te estás muriendo de hambre. Piensas, ¿aquí que coño pasa? Nadie quiere volver a la cárcel, pero es que hay momentos en los que tu conciencia pierde y gana en instinto de supervivencia. Yo he visto personas que se han pasado su vida traficando, gente que ha manejado mucho dinero y que ha sido parte de “la vida fácil” a lavar durante diez horas parabrisas en un semáforo. De atracador a limpiador… fíjate que cambio.
¿Y Arturo Seco que planes tiene?
Readaptarse a la vida. No es nada fácil cuando te has pasado los últimos veinte fuera del mundo…Me gustaría coger un tren, irme lejos, empezar de cero… pero no es fácil.
¿No es fácil porque el mundo y Salamanca han cambiado mucho?
Salamanca sigue teniendo su esencia. Está más crecida, eso sí… me acuerdo de locales donde me he tomado una cerveza que ahora son grandes hoteles… Pero Salamanca como ciudad, esa sensación que da pasear por el centro, no cambiará nunca. ¿Sabes que pasa? Que ni los cambios técnicos ni el mundo superan los cambios que he sufrido yo, por eso ningún cambio me sorprende.
¿En qué has cambiado?
Ya no soy drogadicto, dejé de ser malo... Fui muy cruel con el mundo porque tenía mucha rabia acumulada dentro. Robábamos un banco y no me llegaba con robar, le daba un puñetazo al primero que encontraba… eso es ser malo; usar la violencia por usarla. He comprendido que la violencia no conduce a ningún lugar; pero no me lo ha enseñado la cárcel sino el tiempo. La cárcel te va dando títulos de delincuencia como si fuera la Universidad. Te va subiendo de escalas y te lleva hasta donde tú quieres.
Hace dos años te pregunté que ibas a hacer al salir, ¿recuerdas que me contestaste?
Sí, lo que no esperaba es que lo recordaras tú… Supongo que estoy demasiado acostumbrado a que la gente, en Topas, no preste mucha atención a lo que dicen los otros. Te dije que quería comerme una hamburguesa… y lo cumplí. Un día, salíamos de no sé donde y pensé… ¡¡anda, la hamburguesa!! Las pequeñas cosas adquieren toda la importancia.
¿De que te preocupabas cuando estabas dentro?
De sobrevivir. De defenderse y de que el tiempo pase sin volverte loco… El resto son problemas iguales a los de la gente que está fuera. También preocupa mucho pensar en salir; sobre todo los que no tienen una familia que les respalde al cien por cien. Pensamos en los problemas sociales, laborales… Yo le di mil vueltas a algo que no tiene solución. ¿En qué iba a trabajar? Pues evidentemente nadie me iba a querer en su empresa después de veinte años en la cárcel… un amigo, un familiar… pero es que cualquier persona con un dedo de frente (ni siquiera dos) en cuanto le dices que tu currículum son veinte años de cárcel ni se lo piensan. El pasado no te deja por mucho que tu quieras dejarlo. Uno trata de olvidar, trata de desconectar y al final… al final, ¿sabes que pasa? Que descubres que olvidas. Tanto, que has desconectado del mundo.
¿Y olvida uno también la monotonía de dentro cuando está fuera?
El primer día por la noche ya sabía que me podía acostar a la hora que me diera la gana que el recuento no iba a venir… No me pasó como en el años 98 en el que acostumbrado a tirar la cucharilla del café en el patio de la cárcel después de usarla hice lo mismo en una cafetería. La gente flipó. Y yo también… ¡¡cómo se me pudo ir la olla!! Lo grave vino cuando termino de beber y lanzo con todas las ganas la taza de café para atrás también… un desastre. Es la costumbre de la cárcel… el hábito que te envolvía. La falta de realidad social.
En Topas está todavía Jose, tu hermano pequeño ¿aprendió de ti?
No. Cuando Jose empezó a delinquir yo ya estaba fuera de mi casa. Quiso él o quizás le influí sin querer, no lo sé. La familia es clave… vas creciendo y según la educación que te vayan dando tu vida cambia. Yo no tuve educación, yo no tuve unas pautas que poder seguir… Si veía una peli en la que se pegaban, pegaba…Yo no supe nunca jugar, nunca tuve infancia… Eso provoca que muchos de tus conceptos te falten. Te provoca rabia… si no has tenido lo bueno de la vida, si no has tenido la inocencia de la infancia ¿por qué tienes que callarte? ¿por qué tienes que adaptarte a unas normas sociales? Te sales de los esquemas.
No pasa siempre que alguien diga las cosas tan claras como tú…
¿Es que me creerías si te cuento que cuando era pequeño vivía en un palacio? ¿qué estaba rodeado de juguetes? ¿qué tenia sueños por los que seguir? No, te lo digo yo, no me creerías. Me marché de casa con diez años, entré en el reformatorio con doce y a los dieciséis entré en la cárcel. Todo lo que se te presenta, debido a las circunstancias, te hace madurar pero de una forma tan dura que te sobrepasa. Con dieciséis años pedían para mí noventa y seis años de prisión fiscal… ¿cómo te enfrentas a eso? Te drogas, te desquicias, te vas a un mundo paralelo…
Cuando vives durante veinte años triste, ¿es posible volver a ser feliz?
Yo no soy feliz… llegué a pensar que se puede perder para siempre. Ahora sé que yo no la he perdido… la felicidad… pero aunque trato de reencontrarla hay sensaciones dentro de pesan duro. Aunque lucho cada día, de lo contrario, ¿qué me queda?
Ahora que has salido, ¿tienes sensación a deuda cumplida?
En serio que fue de los días más felices de mi vida. Pero no pensaba hacia delante, no pensaba en el futuro… pensaba en ese día, en mirar atrás y saber que no tenía nada pendiente. Me sentía tranquilo… que había cumplido con la sociedad y conmigo.
Si tuvieras que definirte a ti mismo…
Estúpido. ¿Sabes por qué? Porque es cierto eso de que unos nacen estrellados y otros con estrella. Pues yo he nacido estrellado, quise ser estrella y pasé de ser cualquiera de las dos cosas… pase a un tercer plano que ni siquiera está incluido en el dicho. Que malo es ambicionar. Yo ahora podía ser un principito con un pasado maravilloso... yo no quiero escoltas, no quiero criados, no quiero sueños… quiero vivir mi vida, levantarme a las siete de la mañana, currar… luchar por esa felicidad que casi pierdo para siempre.
Arturo nunca deja de hacerme reír. Me impresiona ver como fija la vista al otro lado del cristal... como dice las cosas sin pensárselas dos veces, sentenciando cada respuesta con una contundencia casi estudiada; en medio de una lucha por aprender de lo vivido y olvidar cada rincón de su pasado. Me sorprende en cada trago de cerveza y en cada consejo; comprobar como hay cosas que no cambian pese al nuevo escenario.
Al final, como siempre, cada uno cruza de nuevo esa línea invisible que separa unas vidas de las otras… La tarde ya era noche y Arturo piensa en su trabajo y en esos planes de viaje a no sé dónde que retomará mañana. Yo cumplo con otras cervezas pendientes y me entero de que ha muerto Rocío Jurado. Vuelvo a casa hablando contigo del distinto valor que tienen unas vidas de otras; de los entierros espectaculares y las muertes en vida. Dónde las líneas invisibles separan el cielo del infierno; las verdades de las mentiras; las historias de esos niños buenos que alguna vez echaron a caminan sin rumbo hacia un lugar que se pierde en ninguna parte.
Al final, como siempre, cada uno cruza de nuevo esa línea invisible que separa unas vidas de las otras… La tarde ya era noche y Arturo piensa en su trabajo y en esos planes de viaje a no sé dónde que retomará mañana. Yo cumplo con otras cervezas pendientes y me entero de que ha muerto Rocío Jurado. Vuelvo a casa hablando contigo del distinto valor que tienen unas vidas de otras; de los entierros espectaculares y las muertes en vida. Dónde las líneas invisibles separan el cielo del infierno; las verdades de las mentiras; las historias de esos niños buenos que alguna vez echaron a caminan sin rumbo hacia un lugar que se pierde en ninguna parte.
Salamanca, Junio 2007.
Fotografía: Barroso
La Gaceta de Salamanca
Fotografía: Barroso
La Gaceta de Salamanca
Una periodista, un hombre, una historia...el querer escuchar de ella y las ganas de contar de él...una combinación perfecta para una GRAN entrevista.
ResponderEliminarTodos los pelos de punta Al. Que leccion de vida, acojonante.
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