"Nunca me consideré simpático, por lo que tuve que aprender a reír, hablar y sentir como si lo fuera"
"Hay dos cosas en la vida que quiero por encima de todo: me gustan las mujeres y los percebes. Y las mujeres, siendo bajito, siempre son difíciles".
Manuel Alexandre
"Hay dos cosas en la vida que quiero por encima de todo: me gustan las mujeres y los percebes. Y las mujeres, siendo bajito, siempre son difíciles".
Manuel Alexandre
Recuerdo hacer cola en la larga fila de uno de los cines de Punta Carretas, en el corazón de Montevideo. Llovía a cántaros aquel día de invierno gris, y una persona me acompañaba tratando de convencerme sobre el tamaño de la bolsa de palomitas. Se juntaban entonces dos actores que nunca me han decepcionado… ella por su don para conseguir dar a cualquier personaje la capacidad de contagiar alegría… él porque hay miradas que más que reflejarse en la pantalla se sientan contigo a tomar el desayuno. Pocas promesas me regalaron tanta ilusión y tanta ternura como aquella historia de amor entre China Zorrilla y Manuel Alexandre. La película era Elsa y Fred, dos octogenarios locos dispuestos a saltarse la rutina para ser felices en escenas absolutamente inolvidables. Un beso rodado que he querido compartir, muchas veces después, con las personas más especiales de mi vida. Y cada vez que recurro a ellos he reído y he llorado.
Me hubiera gustado conocerle desde que supe que llevaba en un calcetín el primer duro con el que le pagaron por hacer teatro. Preparé varias veces una entrevista en mi cabeza -deformación profesional-, a sabiendas de que a Manolito nunca le gustaron los periodistas. Él decía que la peor parte de una película era la obligación de promocionarla. Me resigné a documentarme y disfrutar de su trabajo y ser crítica sin nada que decir. Fue hace un par de años en Madrid cuando la suerte se cruzó en mi camino y mi amigo Onofre Villa, camarero durante más de cincuenta años del mágico Café Gijón, me ofreció un encuentro en la mesa donde Alexandre solía tomarse un té con leche cada día a partir de las cinco; allí me contaron que me esperó una tarde, asomado a la misma ventana de la Castellana dónde décadas atrás formó parte de la famosa tertulia de poetas que Gerardo Diego presidió. El reloj y la casualidad quiso que yo, maldita sea, nunca llegara a esa cita. Comencé un largo viaje y cuando volví Onofre estaba jubilado y Manuel ya no frecuentaba a diario el Gijón. Hoy lo siento más que nunca, no encuentro en la hemeroteca de ningún periódico las respuestas a mis preguntas... Desgraciadamente, hay tertulias que no pueden trasladarse a mañana…
Hoy sé que ya no podré saber más de lo poco que sé... sin debate sobre la extendida vocación de actores porque es la mejor forma de ser hipócrita sin tener que inventarse justificación alguna. Con menos de veinte años Manuel fue aspirante a letrado, aunque meses después lo dejó por el Periodismo; de ninguna de las dos llegó a examinarse porque la Guerra Civil lo encontró en Madrid dispuesto a subirse al escenario del Teatro Español. Su Benitez de Atraco a las tres le dejó algunas de las relaciones más especiales en su vida. Tuvo que pasar de los ochenta años para tener su primer papel protagonista y Cuerda, Berlanga y Bardem supiron dirigirle como nadie aunque fue Antonio Mercero quien firmó su salida por la puerta grande del cine español.
Manuel Alexandre se escondió disimuladamente tras las tablas en aquel Madrid con hambre y frío de los años treinta y, desde allí, humildemente y casi a tientas saltó a los créditos de más de 300 películas. No hizo falta dejar de ser el eterno secundario para convertirse en el imprescindible rey de reparto de muchas de nuestras mejores escenas. Nunca tuvo el mejor caché en el panorama cinematográfico, le faltaban centímetros de altura para besarse con la protagonista y en la época del destape ni siquiera le dieron la posibilidad de compartir una sola vez escena de cama ni con Gracita Morales… pero se ganó el corazón del público y los compañeros de rodaje, consiguió darle humanidad incluso a los personajes más rudos, fue admirado y adorado por los más grandes…Fernán Gómez, Álvaro de Luna, Alfredo Landa, López Vázquez o Agustín González que además de sus compañeros fueron también sus mejores amigos… Alexandre consiguió con su voz temblorosa, su mirada limpia y su peculiar forma tierna de enfadarse lo que muy pocos profesionales consiguen y conservan a lo largo de toda una vida… mantenerse presente en las listas de los directores de las generaciones que van llegando… invadir de talento guiones que explotan de ironía, de compromiso, de venganza, de humor, de amores, de soberbios, canallas, entrañables e incluso a Franco supo por algunas horas devolverle la vida... Manolito supo llenar una trayectoria de arte desde que empieza hasta que se marcha … ser un secundario en primera plana... ser prioritario y excelente en su profesión hasta el último momento de su vida…
Y mañana saldrá del Teatro Español de Madrid, ciudad en la que actuó por primera vez hace más de setenta años, con la voz dormida por los aplausos y en hombros por la puerta grande de los inolvidables, ed los inalcanzables. Aunque a mi se me haya hecho corto… aunque ahora sea yo quien espere siempre con un té en la mesa de piedra del Café Gijón que acuda puntual a la cita…
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