jueves, 9 de septiembre de 2010

La nevera y otros cuentos fríos



Hay momentos en la vida de uno que no pueden ser otra cosa que el principio de un antes o el final de un después. Un instante en la vida sin razón. Son momentos en los que las neveras todavía mantienen vivas aquellas hojas de perejil que después se mustian hasta el olvido…hojas que trajiste porque esperabas que alguien preparase junto a ti un guiso perfecto para cenar, que ese final fuese otro final… o el final de otro principio.

Las neveras siempre me han parecido un fiel testimonio de la vida misma. Con posibilidades infinitas capaces de transmitir una personalidad… Neveras que hablan de historias de padres e hijos, de nietos y suegras, de eternas parejas, de familias imposibles, de ramas de canela. Hay frigoríficos llenos de vida, y otros prohibitivos, o espontáneos, tentativos, desordenados, a punto de masticarte ellos a ti antes de que puedas extender siquiera la mano para rozar el trozo de mantequilla que habita en la segunda balda de la puerta.

Hay neveras vacías que no tienen proyectos... son neveras sin fruta, ni pollo, ni batidos, ni color… neveras en la cola del inem sin derecho a voto ni a manifestación… neveras sin salchichas a las que poner en orden, ni ganas de abarcar más, ni ilusiones ni cenas a la luz de las velas ni los viernes ni los lunes. Seca estructura de hierro casi al borde del cementerio. Cohabitan en edificios con neveras de estudiantes con prisas y siestas de sobremesa con tabaco sobre el sofá del salón... con latas de mejillones, de atún y guisantes, con botellas de ron por pares y cajas de la milagrosa bebida enérgetica de oferta.

Hay neveras dormidas por la rutina de los años… estable por aburrimiento y por ganas de escapar, por simple devoción… hechas de listas y posit que se repiten cada semana por fotocopia compulsiva; baldosas con leche semidesnatada, con los mismos yogures de fresa agridulce, testigo de mal sexo entre la única manzana y el solitario melocotón. Son heladeras podridas de plásticos con fecha de caducidad apoltronadas contra el paredón antes de ser concebidas.

Recuerdo la nevera sideral de una elegante suegra que tuve en alguna lejana misión de guerra… la imagen de esos estantes plagados de sonrisas de dulce de leche fue, no hay duda, lo que más me conquistó. Pasión casi casi permanentemente, un futuro completo idéntico dispuesto a mi imaginación. Botes de colores vivos, llena de huevos cocidos y salmón listos para noches de lluvías de estrellas y un inmenso bol de pasta fresca que siempre vestía de fiesta dispuesto para la ocasión. Bolognesa por consumir. Nata para cocinar y fresca. Tomates, pimientos, sirope, hojaldres, botellas de orujo, licor de canela y ralladura de limón.  

Hay neveras felices que son reflejos de familias perfectas siempre preparadas a en punto para el excelso placer de la hora de la cena. Cocinas llenas de pasteles, tiempo, tarta de carne, trufas, laurel, sopa y yerbabuena; imagen de un martes que parece un domingo cualquiera. Chocolate caliente y bizcochos con forma de corazón.

Son las cámaras que acompañan y corrigen ese instante en la vida de uno que no puede ser otra cosa que el principio de un antes o el final de un después horneado sobre los hornos de piedra. La nevera, como el corazón, son electrodomésticos capaces de detener el tiempo, de retrasar las cosas que al final nunca suceden, de inmortalizar el olor y el sabor de los mejores momentos inflando con levadura emociones revueltas. Esas son neveras que dicen mucho más de lo que sus productos cuentan… ligadas de chocolate y recuerdos de galleta con lacasitos en los ojos y un pistacho en la nariz. 

1 comentario:

  1. Me encanta!! ...hasta me llega a inspirar nuevos mundos dentro de esas neveras...tan iguales, y tan distintas.
    ...te lo dice la que pinta ensaladas de corazón ;)

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