viernes, 3 de junio de 2011

Antonio Vega. De amor, despedidas y otras canciones.




"Dónde nos llevó la imaginación..."


Antonio Vega siempre me pareció un tío lleno de personas, lleno del barrio, lleno de una capacidad enorme para estar y escuchar. Me divierte la gente extrovertida, pero me gusta la gente que calla... me intriga el silencio en el que rebotan las ideas y buscan un tubo de salida. Él me parecía así. Como una vida acabada despidiéndose entre las cuerdas de la guitarra.

Hoy hace dos años que dejó de respirar en un hospital de Madrid. Le velaron en la SGAE, en la misma Malasaña desde la que escribió siempre y a pocos metros de su Penta, La Chica de Ayer, escrita de su puño y letra, preside la sala. Al unos doscientos metros de donde les escribo yo ahora.


Un par de veces pude hablar con él por diferentes casualidades que me obligaron a entrevistarle, algo que -pura evidencia. no le divertía ni lo más mínimo. La última vez que nos vimos fue en una fiesta que organizaron unos amigos, pocos meses antes de morir. Dos horas eran tiempo suficiente para entender que  Antonio era un tipo de pocas palabras, capaz de contagiarte en un tiempo record de una ternura enorme. Lo que pensaba la gente le importaba bien poco. Era el dueño de sus botas. Parecía una persona que hacia lo que le daba la gana, llena de contradicciones. Empezó arquitectura y sociología, pero apostó por inventar canciones. Nunca dejó de tocar y de sonar, pero murió sin más posesiones que sus guitarras y un coche. Su director musical le criticaba tanto como le adoraba: Antonio siempre ha sido excesivamente generoso. Se pasó la vida regalando sus mejores canciones a  otros; colegas de la movida que le contaban que se habían quedado sin pasta...  Músicos que empezaban. El dinero le importaba muy poco. 

La noche que Antonio murió llegué a casa y busqué entre sus discos las primeras palabras que él escribió cuando perdió a la chica que amaba: "no creo que la vida me de tiempo a dejar de quererla, aunque me haya dejado, aunque se haya adelantado a mí. Sigo profundamente enamorado de la persona que me dejó porque me sigue llenando cada día". Ella murió en el 2004. Se llamaba Marga. Antonio dijo entonces que quería dedicarle el mejor disco de su carrera. No se me ocurre un regalo más auténtico.

La última vez que lo vi, Antonio hacía la gira de su disco de despedida: 3000 noches con Marga. Levanta la vista de la guitarra cuatro veces en la hora y cuarto que dura el concierto. Olvida la letra más de doce. Se le escapa una media sonrisa cuando oye que alguien grita que le quiere desde la última fila en un intento de prestarle aire. Sus músicos le preguntan si está bien. Eliminan de la lista dos canciones. La gente no se mueve. Se mira. Permanecen quietos con cerveza en mano, sintiéndose invasores en el campo de batalla. Testigos de un momento de intimidad de Antonio consigo mismo, y con sus recuerdos.

Antonio repasa a media voz, porque no le queda otra, canciones que han sido su banda sonora, y la nuestra. Lo hace a medio gas, a medias palabras, a medio acorde; como si le quedase solo la mitad. Como si las 3000 noches compartidas con Marga le dejasen, para siempre, sólo la mitad de su vida.


lunes, 9 de mayo de 2011

Mariposas en la razón


Son libres. A veces palpitan en el estómago. A veces se implantan en la razón. Es la historia de las mariposas. Protagonistas de algunas despedidas.


Hay despedidas que no tienen formato, ni instrucciones, ni sellos de salida. Son escenas que aprovechan guiones inadecuados. Como si el mundo ya se fuese a terminar. Promesas que se quedan en canciones. Entierros de besos enjaulados que tratan de escapar. Limpiezas para sacarle el polvo al corazón. Aceras para tropezar de nuevo con el punto de partida.

Supongo que no hay un modo correcto de despedirse cuando uno no quiere despedirse. Cuando al cerrar la puerta, inevitablemente, se empañan las derrotas de cenizas. Esqueletos de discusiones y palabrería sucia que primero desangra y después siempre se olvida. Lo más injusto del adios es trastocar la realidad para convertir el recuerdo de los fracasos en poesía.

Lo peor del después son los retales de las promesas y las rutinas hechas planes que quebraron. Las constantes vitales que se detienen para gritarnos que las notas de esta canción ya son facturas. El destino reparte  besos que en realidad nunca nos damos y convierte los recuerdos en locuras. Mariposas en la razón... Historia de una despedida incompleta que no acaba porque nunca la empezamos.


jueves, 5 de mayo de 2011

Para que Yoani le hable al mundo...


“Después de comenzar a escribir en mi bitácora, me tiemblan a menudo las rodillas. Para evitar endiosamientos y futuras crucifixiones, aclaro que mi blog es un ejercicio personal de cobardía para decir en la red todo aquello que no me atrevo a expresar en la vida real". 

Yoani Sánchez


 
Catorce pisos nos separan del suelo... de la tierra y de la realidad de La Habana. Desde su terraza en el último piso, Yoani acaricia la cabeza de su perra Chispita mirando al horizonte, convencida de que el mundo se reinicia de nuevo entre sus manos. Y es cierto. Internet tiene otra dimensión cuando se escribe desde estas cuatro paredes... en un camino a contracorriente para gritarle su verdad al mundo. Sueños compartidos que muchos dejan bajo la almohada, y que Yoani filtra cada día a través de una cadena de solidaridad invisible.

La historia de Yoani se hace pública a partir del 2007... cuando tras una temporada en París elige volver a Cuba para luchar por existir dentro de su propio mundo. Ganarse el derecho a tener un hogar. Ese año nace su blog Generación Y, dispuesto a abrir desde La Habana una ventana que permita a otros saber lo que sucede dentro de la isla. Reinaldo y Teo, su familia, la escoltan desde el cuarto de al lado con un cable que la ata a tierra. El resto del tiempo… viaja a través de sus mensajes con una ilusión infinita para traspasar las fronteras de su bloqueo. Ella lo hace como una terapia personal contra su fobia al silencio obligado e injusto, pero su mensaje se convierte en un dominó capaz de botar de pantalla en pantalla por miles de ordenadores a lo largo de todo el planeta.

Hace meses que en la isla su bitácora está bloqueada y la filóloga cubana tuvo que diseñar un complicado plan estratégico para seguir haciendo lo que se ha convertido en su trabajo vital: darle voz a los que creen que ya han apagado su voz. Quizás el día que los silenciados quieran hacerse oír descubran que ya no sólo se les ha secado la boca, sino también la vista y el oído enterrados por el miedo, la espantosa plaga que les sacude.

Esta tarde, en Madrid, Yoani Sánchez estará sin estar en la presentación del libro técnico que cuenta su experiencia: Un blog para hablar al mundo (Anaya, 2011); un engendro que nace en su distancia porque los pasos de Yoani se terminan en el mismo lugar en el que comienzan: una oficina donde se extravían día tras día centenares de visados sin rumbo. Las autoridades cubanas temen que ella vuelva; para evitarlo le prohibe la salida -extraña paradoja-. El primer libro de Yoani ya es un éxito sólo por el hecho de esquivar las rejas que se negaban a verle nacer. Es una revolución que anuncia que el miedo es la mayor arma que potencia este siglo XXI cargado de palabras que no enseñan sino destruyen, es el ejemplo principal de una batalla ganada con las teclas de un ordenador. Las víctimas mortales de la catástrofe son todos los que creen que la voluntad todavía puede detenerse.


domingo, 1 de mayo de 2011

Razones para el recuerdo



 "La vida está hecha de muchos papeles tristes pero el resultado es una obra realmente maravillosa"


La recuerdo imponente, mágica, con los ojos llenos de pintura interminable y centenares de historias... como permanentemente delante del telón y dispuesta a recibir el aplauso entregado de los miembros del público. A María Isbert no puede uno simplemente entrevistarla porque ella dirige la conversación, difumina las formalidades y convierte sus momentos en una tertulia de amigas frente al café del domingo. Más de trescientas películas a sus espaldas y centenares de funciones de teatro donde su papel no se olvida en el camerino... María Isbert contagia la risa encima y debajo de las tablas. Así, simplemente así, era María. Auténtica. Implacable. Sensacional.  Teatro, en estado puro.

Apenas dos minutos con usted... sin tiempo de encender la grabadora y ya me ha dado material para una entrevista de dos páginas... ¿siempre convierte sus palabras en historias?
Supongo que lo mejor de llevar toda la vida interpretando vidas de otros es que tengo muchas cosas que se pueden contar. La mayoría de las personas no tienen tiempo ni ganas de que yo cuente batallas de abuela... pero contigo creo que será divertido. Las historias también son de quien quiere escucharlas y entenderlas... y a ti esto te gusta, ¿a que si? 

Pensé que venía a entrevistarla yo a usted... Mi trabajo es que usted haga eso que dice, puede usted contarme todas las historias que quiera. Soy toda oídos y además, si, me gusta. 
¿Sabes? Cuando era pequeña tenía una inmensa curiosidad por todo...por las historias de los mayores, por las muñecas, por hacer deporte, los idiomas, saltar a la comba, jugar al diábolo... todo. La curiosidad me abrió las puertas del mundo... 

Y sin embargo, eligió la profesión que tenía más cerca... la de la saga familiar... 
Mi padre no dejaba de decir que tenía que formarme, que era importante estudiar. A los ocho años me estrené en el pueblo de la familia. Yo hacía un papel de mayor... Éramos muchos niños haciendo una obra de los hermanos Quintero y el público nos premiaba con cajas de bombones. Me llevé muchos aplausos y me llevé muchas cajas de chocolates... Ese día supe que quería ser actriz de teatro el resto de mi vida, aunque cobrase en bombones. 

Jajaja... pero cambiaría su caché algún día, conserva usted muy bien la línea tantos años después de subirse a las tablas como para haber sobrevivido a chocolates... 
Es verdad... mi mayor regalo han sido las risas. Escuchar como la gente es capaz de reírse a carcajadas por tu trabajo es estupendo. La gente que viene a verme al teatro son mis amigos... y uno siempre quiere que sus amigos se rían con uno. Mi padre, en aquella primera vez que le dije que quería ser primera actriz me prohibió volver al teatro... 

Pero usted es rebelde... 
Cuando vio que de verdad ese era mi camino él me guió, me enseñó, me acompañó... todo lo que pueda decir de mi padre son cosas bonitas. Y los tiempos eran muy difíciles. Al llegar la guerra desvalijaron nuestra casa de Madrid. Mi padre tenia muchas fotos de la familia real porque frecuentaban mucho el teatro pero a él enseguida se le empezó a acusar de monárquico, de ser de derechas... Y de verdad no era cierto, mi padre solamente era dos cosas... padre de familia y actor. Nos trataron muy mal y se nos acabó el dinero. Mi padre no aguantó más y se fue a zona roja para trabajar con una compañía de teatro que le pagaba doce pesetas al mes. No soportaba estar sólo, se puso enfermo así que mi hermana y yo nos fuimos con él para ayudarle y mi madre se quedó en casa con mis hermanos pequeños. Yo tenía 17 años pero tuve que crecer... como todos los jóvenes de la guerra. 

¿Recuerda su primer papel profesional?
Sin duda. Fue en Villarrobledo en el año 1939. Yo sólo tenía que reírme... desde el centro del escenario y a carcajadas... sólo eso, reírme. 

Es difícil... aprender a interpretar la felicidad. Y en medio de una guerra civil...
Mi padre me lo dijo al bajar del escenario, que yo había empezado por lo más difícil... por la risa. Él me enseñó a reír... y nunca me dejó sola. La alegría siempre ha marcado mi vida... por eso es fácil contagiarla.

Y es cierto, la contagia. Aunque solo sea por su alegría permanente, ha tenido usted una vida distinta a la mayoría... contagia la sensación de que no siente miedo, ni inseguridad, ni tristeza... ¿que lleva dentro?
La vida de un actor nunca es normal... nuestro día a día siempre es una sorpresa y siempre se vive con ilusión. Ser actor tiene muchas cosas buenas... y algunas malas... pero hace que la vida esté llena de momentos inolvidables... Los grandes actores son personas muy especiales y la gente especial desprende energía bonita.

Indudablemente especial como lo era tu padre... uno de los actores más inolvidables de nuestro cine. ¿Le molesta la comparación?¿se hereda la energía bonita?
Para nada me molesta que recordar a mi padre... no hay nada que me gustaría más que ser todavía más como él. Él era un niño enorme... lleno de cosas buenas. Sí, es verdad, mi padre hizo que muchos momentos sean inolvidables en nuestra familia. Tenía una forma estupenda de convertir cada momento en algo fuera de lo normal. Con él tengo las mejores anécdotas y los mejores aprendizajes... aunque ni siquiera a él las cosas le salían muchas veces como quería.

Si tuviera que empezar un guión para él... ¿cual sería la primera línea? 
Una de sus frases más repetidas... su lema: La tristeza es un horrible pecado.

Usted... capaz de convertir todo en una carcajada... que a sus  cerca de noventa años es capaz de llenar cada conversación de alegría... ¿de que se siente más orgullosa? 
Creo que no es fácil llegar a mi edad y mirar hacia atrás con la seguridad de que he tenido la vida que quería tener. Soy una mujer fiel a mi oficio y a mis escenarios, pero desde que me casé supe que quería formar una familia de verdad, firme, segura... no creo en las separaciones ni en las familias programadas como un guión. Mi marido era hijo de un matrimonio separado y tenía miedo a repetir los mismos errores así que fue tajante en eso, era importante pasar tiempo en casa, cuidar de los niños, dar seguridad a la familia. Una no se enamora todos los días así que hice caso a mi corazón, a mi marido y fue estupendo haber compartido esta vida con él. 

Y si se hubieran llevado mal... ¿cree que hay que aguantar siempre...?
Creo que muchas personas hacen de su vida distintos papeles de teatro. Cambian y cambian... se separan, lo pasan muy mal, buscan otra pareja y al poco tiempo vuelven a estar cada uno en su camino. Se aburren, sufren, vuelven, buscan... Separarse sirve para seguir probando, para seguir sufriendo, no para mejorar como personas... Quizás yo no he tenido muchas tentaciones porque nunca he sido guapa ni me han pretendido muchos, pero creo en el amor, en la familia, en los hijos. En amar para siempre y vencer obstáculos con la persona con la que has firmado un proyecto de vida. 

María... casi un siglo a sus espaldas, una saga familiar inolvidable para este país, una profesión intensa y mágica de la que es embajadora perpetua, una madre de familia imparable y entregada... ¿cómo define usted este siglo de vida?
Maravilloso. Este país ha vivido muchas cosas importantes durante el siglo XX... una transición difícil que creo que el rey Juan Carlos facilitó, una guerra que provocó mucha hambre pero también un instinto de supervivencia muy fuerte, una democracia que yo no quisiera que se perdiera nunca. Soy apolítica.. me interesan las personas pero no entiendo de monárquicos o republicanos... lo que quiero es libertad para que la gente decida su religión, su independencia, su camino...

Y a nivel personal... ¿tiene razones para el recuerdo? 
Muchísimas. Tengo siete hijos y trece nietos que me recuerdan cada día que la vida continua... que vale la pena vivir intensamente, el valor de la familia. Tengo casi trescientas películas y de cada una recuerdos fantásticos y muchas horas sobre los escenarios de todo el país. A nivel personal mi vida ha sido estupenda... La vida está hecha de muchos papeles tristes pero es resultado es una obra realmente maravillosa.

    lunes, 21 de febrero de 2011

    Sueños a flote y la fractura de una forma de vida


    Cuando Manuel me invitó a tomar algo en su casa yo desconocía que bajo nuestros pies bailarían  lorchos dispuestos a enfocarme con sus inmensos ojos grises. Fue como sostener la mirada a un bufón traidor que habita tu propia casa... o sus cloacas... que apunta como una linterna dispuesta a apagar la luz. La presencia de los peces y las algas se convirtió en aquel momento en un asalto a mano armada a su fracturada nueva forma de vida. Él, cabizbajo, hacía como si no los sintiese y buscaba como si fuera un proceso pensado con cautela un espacio exacto en el que colocar mi chaquetón... buscaba su sitio como tratando de ordenar un espacio sin orden posible, vacío. Buscaba ordenar su vida triste deseando que yo no me diera cuenta.

    Horas antes, apoyados en la barra de un café cualquiera, Manuel me había puesto al día sobre su desafortunada pérdida de trabajo, justo cuando planeaba tener un niño con Teresa y pocos meses después de firmar al fin la hipoteca dejando ya para siempre el alquiler de su apartamento en playa de Áncora, a algunos kilómetros de la frontera que separa Portugal de Galicia. Mientras veía revistas buscando muebles para decorar la última habitación vacía de la casa supo por un burofax que las cosas se complicarían enseguida... y antes de que  las suelas de sus primeras pantuflas estuvieran gastadas ya arrastraba pesaroso todas las maletas hacia la puerta. Teresa había desaparecido algunas semanas antes con las suyas.

    Ahora el vaivén de las olas de su nueva casa le arrulla por las noches, estrenando soledad y  tristeza. De momento reconoce que hoy no tiene dinero para recuperar aquel alquiler pero no se siente fracasado ni pobre ni perdido. Sabe que volverá a morir más de una vez. La buena noticia ante el café es que promete que este no es el final de su última vida, es sólo una etapa de marinero en la que debe sacar sus sueños a flote.

    Al salir llovía a cántaros sobre el cristal de mi coche... y durante cinco minutos fui un espectador más dudando si quedarme para siempre en aquella pantalla de cine o salir corriendo jurándome elegir la sesión de la sala cómica... en algún lugar donde la realidad no me encontrase nunca. Es lo que tenemos algunos soñadores, que pensamos que despertando el sueño se olvida.

    En lugar de todo eso saqué la libreta e hice la única cosa que los periodistas hacemos cuando no sabemos que hacer... disolvernos entre las palabras tratando de que ellas encuentren el sentido a los momentos que vivimos. Aprendí a esconderme detrás de las letras cuando la situación me avergüenza y la impotencia me come. Y lo aprendí de un inolvidable amigo... A él acudo esta noche para tomarle prestado un texto, una historia que nada tiene que ver con Manuel. Es la vida de los pobres... los que fueron y los que, irremediablemente, volverán a ser pobres.

    Qué lo disfruten: 

    Pobres, lo que se dice pobres, son los que no tienen tiempo para perder el tiempo. Pobres, lo que se dice pobres, son los que no tienen silencio ni pueden comprarlo. Pobres, lo que se dice pobres, son los que tienen piernas que se han olvidado de caminar. Pobres, lo que se dice pobres, son los que comen basura y pagan por ella como si fuese comida. Pobres, lo que se dice pobres, son los que tienen el derecho de respirar mierda, como si fuera aire, sin pagar nada por ella. Pobres, lo que se dice pobres son los que no tienen más libertad de elegir entre uno y otro canal de televisión. Pobres, lo que se dice pobres, son los que viven dramas pasionales con las máquinas. Pobres, lo que se dice pobres, son los que son siempre muchos y están siempre solos. Pobres, lo que se dice pobres, son los que no saben que son pobres
    .


     E. Galeano

    lunes, 14 de febrero de 2011

    Cuando los guardias se quedan sin cartas...



    En el número 963 de la calle Neptuno de la Habana hay una puerta que aisla una casa de la realidad social en la que vive. La traspasé en junio del 2009, cuando la noche ya había caído y el silencio en la calle sólo se rompía por varias miradas y el eco de una firme vigilancia constante. Nunca como en aquella casa tuve la sensación de que faltaba alguien... todo parecía expectante, preparado, impaciente, dispuesto casi para el reencuentro. Entrenado por la realidad exterior para el olvido.


    Héctor Maseda fue detenido el 18 de marzo del 2003 entre aquellas cuatro paredes, frente la mirada de su mujer Laura y de dos de sus cuatro hijos. Seis años después, compartiendo un rato de confidencias, todos ellos esperaban a que Maseda volviera: "siempre pensamos que sería un arresto de algunos días... los más pesimistas hablaban de como mucho un año... pero fue condenado a veinte y los días pasan, y pasan... y todo lo que nos llegan son malas noticias. Los hombres inocentes enferman y los medios no hablan. El silencio se instala y la triste realidad se sepulta en esta isla donde todos quieren irse pero nadie se atreve a decirlo".

    Entonces, Laura tenía instalada en la cara una sonrisa dulce y transparente, los ojos claros y la mano cariñosa alternaba entre acariciar el brazo de quien le hablaba o las cartas, dulces cartas, de su marido... "fue nuestro pacto, escribirnos por las noches nuestros pensamientos cada día para tratar de no perdernos lo que nuestra otra mitad sentía en la distancia... Héctor todas las noches me escribe unas líneas y nos las intercambiamos cuando voy a verle. A veces los guardias leen nuestras cartas privadas y yo me indigno con ellos... no sólo sabotean la tranquilidad y la intimidad de mi casa sino que incluso violan las letras que nos escribimos". Se le caen algunas lágrimas... pero incluso cuando llora mantiene fuerte la mirada y esa eterna sonrisa dulce.

    En 2009 Laura hablaba de su vida con la misma valentía envidiable que presidía la tristeza eterea que lo envolvía todo. Recuerdo cada episodio de su historia repleta de una confianza absoluta... el juicio injusto contra su marido, el final de su profesión como maestra por las presiones políticas que estaba viviendo, la dificultad para encontrar trabajo del resto de la familia, los insultos por las calles de vecinos que se alejan porque sienten miedo, las vejaciones durante las marchas que con el resto de las Damas de Blanco presidía los domingos al salir de misa... y un único deseo: que algún día Héctor Maseda volviese a dormir en aquella casa rodeado de su familia.

    Supe aquella noche que en esa casa se libraba una batalla desigual e injusta... que de antemano parecía perdida. Los ideales de Maseda eran tan fuertes que habían traspasado a su familia, convencidos de que la libertad no era suficiente; era imprescindible conseguirla con dignidad y justicia. Moya y él se negaron a la excarcelación cuando obtenerla les obligaban a exiliarse en España y se niegan al silencio y a la reclusión ahora que, a la fuerza, han salido de la cárcel pese a su deseo de permanecer encarcelados a menos que su libertad fuese incondicional o indulto.

    Desde aquel verano del 2009 hasta ahora todo ha sucedido; débiles y fuertes cruzan a veces sus papeles y se intercambian los huecos en la portda del telediario. En aquel verano todavía Laura nos presentaba en su cama vacía el dolor de la frialdad y la ausencia; nadie la conocía fuera de La Habana. Las cartas se apilaban sobre la mesa de la cocina, convertidas en sueños nocturnos pendientes de cumplir y en deseos torturados en la distancia. Laura Pollán contaba su historia con una sonrisa plagada de tristeza.... ahora su tristeza se aloja en las ojeras que llenan las primeras planas de los telediarios. El abrazo se ha cumplido y Maseda duerme desde anoche en su cama. Y en la puerta del calabozo, dicen las malas lenguas, los guardias de seguridad buscan consuelo para su desamparada tristeza... echan de menos a Laura y a Maseda... lloran desolados la ausencia eterna de sus cartas...

    

    martes, 18 de enero de 2011

    Montevideo, 2005



     Recordando los cafés del 2005

    Mario Benedetti nunca se da una tregua a sí mismo. Dice que ya no se exige letras de emergencia, pero no ha dejado de alternar entre el humor y la tristeza, entre el compromiso y el sentimiento, entre la poesía y el diálogo, entre el pasado y el presente… Benedetti no ha sido solamente el exportador mundial de la personalidad montevideana, sino que es, además, el ejemplo más representativo del ciudadano de a pie en toda una época. 


    Mario Benedetti es, ante todo, un tipo entrañable. Para los uruguayos un reflejo fiel de sí mismos, un habitante más de su historia viva, uno más en la lucha contra las dictaduras, un compañero para los intelectuales y para las grandes personas. Para mí, como para muchos españoles, Mario Benedetti había sido siempre un referente en la mesilla de noche. Un tipo sin cara propia que se oculta sobre los cientos de personajes de novelas que le han robado protagonismo. Mario es el dueño de esa  eterna Defensa de la Alegría de la que siempre ha formado parte.

    Conocí a Mario hace algo más de un mes, durante un homenaje a su trayectoria literaria. Llevaba una camisa clara y la corbata colocada meticulosamente en el centro, costumbre que aún conserva de aquel colegio alemán que le vio crecer en los años veinte... “todavía me sorprenden estos homenajes, no me gusta nada esa palabra…” me dijo. Mario Benedetti es, no cabe duda, todo un clásico de la literatura hispanoamericana. Pero es mucho más que eso. Benedetti es un símbolo de su tiempo y del sentir popular del que él llama su “paisito” uruguayo; es la memoria constante de los tiempos de exilio y de lucha, de las letras de la generación del 45 en Montevideo, del pasado de las tertulias en los cafés de su Ciudad Vieja... Aquella tarde de noviembre, el Centro Cultural Español en Montevideo le rendía un homenaje. El salón estaba lleno de gente que aplaudía la incalculable obra de un hombre que convierte en un éxito mundial todo cuanto pública (y no es poco). Novela, relato, poesía... Mario lleva a cuestas ochenta y cinco años, más de ochenta libros, y un ir y venir de anécdotas y de emociones que siempre ha querido dejar impresas en papel. “Escribo todos los días... los poemas a mano, los relatos en la máquina... pero todos los días. Es una necesidad que siento, contar historias, y no quiero dejar de hacerlo”.

    Poco tiempo después nos reunimos en su casa. A pocos metros, en la plaza de la Libertad de Montevideo, las tiendas de regalos están llenas de cuadros y tarjetas con sus versos. Mario, desde la ventana del séptimo piso, se sienta en la butaca orejera verde mientras ve pasar a la gente con prisa. Vive envuelto entre ese revoltijo de papeles que es su escritorio, entre tantas columnas de libros y cuadros que adornan su casa. Se levanta temprano cada mañana... necesita las horas para escribir poemas a mano, para pensar en Luz, para atender el teléfono, para firmar otro libro... Confiesa que se ha convertido en un hombre tranquilo después de toda una vida imparable de exilios y luchas entre España, Perú, Uruguay y Argentina. A las doce sale a comer al bar de la esquina de su calle acompañado por Raúl, su hermano y compañero de siempre. Algunos vecinos lo saludan desde el cristal al pasar... Y así es Mario Benedetti.

    Mario es sólo el comienzo de su larga lista de nombres propios, Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno Benedetti. Sus libros han seguido su ejemplo y casi siempre elige para sus historias títulos largos y originales:  Letras de Emergencia, Primavera con una esquina rota, El país de la cola de paja, Gracias por el fuego...  

    ¿Los títulos cambian las trayectorias?
     Sin duda. Además, en este mundo no queda más remedio que ser original y a veces cuesta encontrar un título que no haya utilizado otro en alguna parte. A veces tengo que desfilar de un título a otro cinco veces hasta que doy con, por ejemplo, Primavera con una esquina rota.

    Y esta vez, ¿su próximo libro ya tiene nombre? 
    Vivir adrede, así se llamará el próximo.

    ¿Qué le hubiera gustado ser si no hubiera sido Mario Benedetti el gran escritor?
    Lo mío fue vocacional. Siempre supe que quería ser… cuando era niño, en el colegio alemán escribía los deberes en verso. Mis primeros poemas son en alemán. Los profesores creían que no eran míos y mi padre tenía que ir, poco menos que a jurar, que de verdad los hacía yo. Así empecé… y no supe parar nunca. 

    ¿Qué hay de distinto entre escribir un poema a los veinte años y escribirlo a los ochenta y cinco?
    Yo no sé… a uno, a cualquier edad, le surge un tema y lo desarrolla. Los poemas nacen de adentro, y aunque uno es distinto a los veinte que a los ochenta, tiene que salir. Uno no dice  “voy a escribir sobre la pared”, el asunto es que la pared te tiene que salir de adentro para poder hacer poesía sobre ella.
     
    Mario el novelista, el dramaturgo, el escritor de cuentos, el articulista, el poeta… ¿cúal es ese género con el que se siente más cómodo?
    La poesía. Me siento de verdad yo mismo y es donde puedo verter más cosas de mi propia vida, de mis sentimientos… pero bueno, creo que también tiene algo que ver que durante toda mi vida he estado de un lado para otro. Viviendo cuatro exilios, escribiendo en cualquier parte… ¡es más fácil escribir un poema que pensar una novela mientras esperas un avión!

    Su novela La tregua ha sido traducida a más de veinte idiomas y tiene más de ciento cincuenta ediciones. Es, sin duda, su obra más reconocida, ¿también la más especial para usted?
    No sé si es la más especial…Tenía veinticinco años cuando la escribí, tres empleos y un jefe cincuentón, viudo desde hacía un tiempo que empezó a comportarse con una alegría de vivir que en él era desconocida. Así nació La Tregua, que me abrió las puertas al público del exterior. Pero, si quieres que te sea sincero, diré que no es mi mejor novela. Mi mejor novela es La borra de café. Además, me siento muy vinculado a una novela en verso que escribí, El cumpleaños de Juan Ángel. Y en poesía… hay un poema para cada momento especial.

    Usted, que ha sido testigo a través del tiempo de la evolución de dos países como España y Uruguay, que conoce bien estas dos realidades partidas por el Atlántico ¿piensa usted que somos tan distintos?
    Claro que somos distintos. Somos distintos hasta con los argentinos, que los tenemos al lado, como no lo vamos a ser con España. Claro que somos distintos… Aunque es algo maravilloso la diversidad. España y Uruguay compartimos el idioma, que es algo muy importante… 

    Dice Mario Benedetti que su mayor enemigo fueron y son las dictaduras de todo tipo, y su mayor regalo la rebeldía de juventud. ¿Sigue manteniendo esta afirmación? 
    Si, y lo haré siempre. Los jóvenes son la fuerza para vencer las dictaduras que están en todas partes. Hay que empezar por la famosa globalización… pero no sólo la económica, sino también la globalización de los medios, por la hipocresía, de la frivolidad. Y para eso, es necesario que los jóvenes no se conformen.

    ¿Piensa que, como dice el título de uno de sus libros, que para la sociedad el olvido está lleno de memoria?
    Si, pero no se puede. Algunos dicen que es mejor "no tener ojos en la nuca''; dicen que hay que mirar siempre para adelante… pero yo pienso que ningún pueblo logra una verdadera paz si tiene un pasado pendiente. 

    Dijo usted alguna vez, que ha sido derrotado en todas aquellas batallas por las que ha luchado, ¿qué le impulsa a seguir?
    Perdí muchas batallas, es cierto. Pero yo no me siento derrotado en cuanto a mis creencias, en cuanto a mis posiciones ideológicas. De modo que yo, que soy ateo y la única religión para mí es la de la conciencia, mientras pueda dormir tranquilo no me consideraré un derrotado. Por eso hay que seguir.

    Defensor mundial de las libertades, y creyente ciego en el amor… supongo que es consciente de que sus poemas han sido protagonistas de cartas de amor y declaraciones en muchísimos lugares del mundo… De muchas nunca sabremos, pero de las que usted conoce, ¿Cuál esa historia que nunca se le va a olvidar?
    Hay muchas… unas por tristes y otras por alegres. Por ejemplo, en Buenos Aires, se acercó a mí un matrimonio veterano con cinco libros en muy mal estado.. Me contaron que durante diez años habían estado enterrados en su jardín…y es que mis libros estuvieron prohibidos durante las dictaduras. Ese mismo día, una señora me pidió que firmara un libro para su hija desaparecida. En Argentina hubo treinta mil desaparecidos. En Uruguay murieron muchos en la tortura, pero casi todos desaparecieron en Argentina y forman parte de esa cifra, deben ser unos doscientos o más.
      
    ¿Y de las historias alegres?
    Una de las cosas que más me tocó fue en Guadalajara, en México, cuando fui con Vigglietti a dar el recital A dos voces. Después del recital, nos llevaron a una sala para firmar programas… y allí me pasaron dos cosas. “¿Querés que te firme?” le dije a un muchacho con el bolígrafo en la mano. Y me respondió que no, que el sólo venía a contarme una cosa. “Mire señor, a mí me iba muy mal en todo; en el amor, en lo económico, en lo familiar, en el trabajo… y había decidido suicidarme.Ya había puesto fecha y todo. Me suicidaba el martes. Le escribí cartas a mis familiares y el domingo salí a comer, porque aunque me suicidaba el martes ¡¡tenía que comer el domingo!! Me encontré a un amigo, que me preguntó por mi cara afligida y ante mi respuesta de que tenía problemas sacó del portafolios un Inventario Uno, y me lo regaló. El lunes empecé a leerlo, y bueno, me lo leí todo. Y no me suicidé”. Esa fue una de las historias, la otra… (se ríe), fue que vinieron a verme lo que a mí me pareció una pareja, dos cuarentones y me dijeron: “mire, nosotros queríamos verlo porque aunque estamos divorciados nos conocimos leyendo sus poemas y queríamos saludarlo aunque después no nos llevamos bien”. Dos días después, yo estaba firmando libros y se acercaron de nuevo estos dos y me dicen: “mire, queríamos decirle que volvimos a leer Inventario y nos volvemos a casar”. 

    Y si hay parejas que se unen con su poesía, confiéseme… ¿También se sirvió de la literatura para enamorar a su esposa?
    Lo que pasa es que a mi esposa la conozco desde niños. Yo tenía nueve años, y ella ocho. Esa amistad infantil se fue convirtiendo en otra amistad… estudiábamos juntos ella, mi cuñado (que después murió) y yo y bueno… hasta que esa amistad se convirtió en otra cosa. Y llevo cincuenta y nueve años de casado… así que…

    Toda una vida…
    Si, aunque lamentablemente ahora está muy enferma con el mal de Alzheimer, hemos compartido mucho más que una vida. 
      
    Mario, éxito me atrevería a decir que hasta en exceso, ha sido un luchador incansable en defensa de la alegría, un escritor capaz de llegar a todas las edades, querido en todos los países de los que ha formado parte, hace una vida tranquila en el país que le vio nacer e incluso la política uruguaya parece que llega a tiempos mejores… ¿Le falta algo para ser feliz?
    Mario me dio una respuesta. La respuesta de un hombre que camina con paso firme, aunque cansado… que es todo sentimiento y generosidad. La respuesta de Mario fue mucho más allá de algunas palabras… se trata de una actitud, de la manera de ser de un hombre adherido al pueblo, un madrugador y trasnochador en nombre de los versos y de la alegría. Se trata de aquel que, tras sus más de ocho décadas, aún recita poemas para niños el día de fín de curso en los colegios, que firma ejemplares a todo el mundo cuando hay una feria de libros en la Rural del Prado, que come cada día en el barcito de la esquina y que… pese a todo no ha perdido la humildad ni las ganas de ganar la batalla. Mario no pierde en el cara a cara esa capacidad de rescatar de lo cotidiano las emociones más puras, esa forma de recuperar historias que no se sabe cuando ni donde nacieron pero que terminan por ser reflejo de uno mismo. Yo creo en esa honestidad, en esa humildad extrema, en esa mirada curiosa y brillante que palpita con fuerza aún depués de toda una vida dándose cabezazos contra las dictaduras, las batallas y las tristezas… Porque si por algo ha luchado Benedetti es por esa Defensa de la Alegría.

    Gracias por el fuego Benedetti. Y por la compañía.

    lunes, 29 de noviembre de 2010

    A pesar de los kilómetros...





    Las despedidas en las estaciones, cuando no quieres que sean, se convierten en fotogramas donde uno baja los brazos y no sabe hacia donde mirar. Son lugares cargados de nostalgia, de echar de menos... de promesas de reencuentros que nunca volverán a ser despedidas. Las estaciones me ponen triste, casi tanto como la nieve, casi tanto como el frío... casi tanto como la soledad...

    Hoy fui a una estación en la que para llegar a donde no quería llegar tuve que correr. Me di cuenta mientras corría... siguiendo los pasos que alguien me marcaba. Eran casi las 16.30 y el autobús ya tenía el motor encendido. Mientras corríamos me di cuenta de que eso mismo es lo que nos sucede casi cada día... una escena donde corremos hacia delante, sin mirar a los laterales, sin saber a donde vamos a llegar. Correr por correr, correr desesperadamente.

    Las estaciones me recuerdan a muchos momentos de mi vida... pero, sobre todo, a muchas personas de mi vida. Miradas y momentos que son parte de lo que soy. Recordé las noches enteras por llegar en busca de un abrazo que creía imprescindible. Recuerdo la cabeza apoyada contra el cristal contando los minutos que faltaban. Las mariposas en el estómago. Los reencuentros y las despedidas en las que siempre faltaban más besos, más caricias, más palabras... cuando todo era dificil. Cuando pudo ser fácil... el motor no arrancó.

    Quisiera poder contabilizar los kilómetros que he hecho por el deseo inmenso de estar cerca. La distancia y echar de menos a alguien es un peso sólo comparable a la nieve y la niebla que me distancia del mundo hoy. Hoy en el andén, viendo como el autobús continúa su línea... pese a la nieve y al frío y a mi echar de menos... me di cuenta de que hay recuerdos tras los que no se puede correr.

    Son recuerdos que no se buscan. Son ellos los que te encuentran a ti. Por encima de la nieve. Incluso cuando todo se llena de frío... A pesar de los kilómetros.

    sábado, 13 de noviembre de 2010

    Hasta siempre, Mr. Berlanga


    Foto: Jose Aymá - El Mundo


    "Pensaba que lo más jodido de mi vida había sido la censura de Franco.
    ¡Pues no! Lo más jodido es la pérdida de la memoria" Berlanga, 2000
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    "Lo bueno de tener años es que uno puede creer ya en lo que le de la gana"
    Berlanga, 2010



    El mundo debe andar mal, cuando todos los grandes se despiden. Berlanga había manifestado en varias ocasiones su preferencia de joderse ante el dolor, porque más le jodería morirse. Sin embargo, una vez más, defiende con hechos su pasión por la contradicción humana y se marcha por la puerta grande sólo unos días después de contar en exclusiva que seguía un tratamiento capaz de hacerle inmortal; consumía pastillas blancas contra el dolor ajeno. 

    La misma contradicción con la que se despide es aquella con la que supo cambiar la fotografía de la memoria colectiva. La misma contradicción con la que manifiesta que lo bueno de tener años es que uno puede creer ya en lo que le de la gana, como si acaso Berlanga no fuera  durante toda una vida la muñeca y la mirada de un país dispuesto a reescribir su historia.

    Dicen hoy las páginas de los periódicos que Luis G. Berlanga era una marabunta de ideas contrapuestas proyectándose en la vida misma y dispuesto a no olvidarla. Quizás eso explica que su educación jesuíta terminase por firmar una colección de publicaciones eróticas; que un vocacional estudiante de derecho hiciera justicia en los créditos internacionales de las pantallas de cine; que aquel juzgado por la dictadura como "un hombre sin conciencia de patriotismo" sea quien ha contado la historia de la nación de Franco a lo largo del mundo; que un eterno pacifista se alistase para ir el frente con el bando republicano y más tarde se uniese a la División Azul mientras redactaba en su cabeza los mejores guiones de la batalla interna de la Guerra Civil española.

    Sólo hay algo que me parece más admirable que saber escribir un buen cuento, y es saber transcribir los cuentos que suceden en la vida. El Verdugo, Bienvenido Mr Marshall, Plácido... son las botas con la memoria puesta; la memoria que ahora se le escondía desde que el Alzheimer aterrizó en su vida. Hace ya varios años que leí a Borges diciendo que España era una película de Berlanga, y aquellas palabras se me clavaron a fuego porque él  logró contar una Guerra Civil a golpe de carcajadas de risa. Supo romper el rumbo dramático de las cosas para conseguir llenar la realidad de una forma distinta, rasgar y rescatar lo inolvidable condenado al olvido de la tristeza. Cuesta, y mucho, cambiar desde una España estancada en el silencio la forma en la que nos escribimos a nosotros mismos.

    Y si Berlanga era el dueño del cine, también fue dueño de la provocación contra toda molestia, contra todo silencio.  También fue dueño del imaginario colectivo. Promotor provocador de los sueños  y pesadillas atrapados en el  siglo XX. Así se va, igual que vino. Alzando la voz en el salón de su casa, acompañado por la mujer que le sirve el café y las pastillas y por uno de sus nietos.  Dejándonos entrar  a través del ojo de las cámaras en la intima forma de terminar su vida. Escuchando como su voz resuena como contando la historia del mundo. Convirtiendo las ocho enfermedades que más muertes provocan mundialmente en pastillas de colores capaces de contar un cuento. Logrando que la publicidad de Médicos sin Fronteras se emita hoy en primera hora de todos los informativos. 

    Ese, no podía ser otro, fue su último testimonio antes de bajar el telón para siempre. 




     




    sábado, 6 de noviembre de 2010

    Noche de magia




    A lo lejos se escucha el sonido de la lluvia caer con fuerza sobre los cristales que dan al jardín. Es una noche de frío, de invierno toscano y batalla campal de sueños. Ella espera mirando el reloj de pared con una sonrisa mitad nerviosa, mitad cansada… lucha contra el sueño permanentemente por mantener los ojos abiertos. No quiere perderse la vida. Cree repasar sus últimos doce meses mientras los minutos del reloj se empeñan en retrasarse. Escucha pasos y promesas… y siente la pasión de la magia golpearle fuerte el pecho. Tierna, esconde su boquita bajo la sábana y la ilusión dentro de sus ojos grises. Ya casi llega mañana.

    Imaginaba la lluvía desdibujando la figura de los tres, casi flotando sobre el asfalto. El camino que marcan los sentidos cuando todo pierde el sentido. A sus padres dormidos entre las sábanas de algodón gris. Rescató de su memoria la figura de la zapatilla de tela roja escarlata sobre la que colocó la carta. Imaginó la sorpresa de Sus Majestades al ver su dibujo debajo de la ventana. Le temblaban las rodillas... promesa de la llegada inmediata de todo lo que esperaba impaciente: una cestilla de dulces, unos guantes de colores vivos, una muñeca de trapo con inmensas trenzas de lana... La emoción explotaba en ella metida dentro de su cama... la intensidad de la magia que sólo regala la magia. La ilusión contenida. La incertidumbre.

    Abrió los ojos. Miró el reloj. Salió de la habitación corriendo. Pestañeó de nuevo. Se dio la vuelta bruscamente convencida de que la sorpresa estaría a sus espaldas. Buscó una presencia de magia sentada al borde de la ventana, buscó una luz, una señal, una ilusión, un sueño... La luz del día había llegado, pero su pasado ya no estaba allí. Y las rodillas le temblaban, y los sueños se marchaban. Se le encogió el corazón y se le arrugó la piel. No encontró nada, más que la falta de brillo en su mirada No pudo ver nada. Giró sus pasos sobre sí misma, cabizbaja; esta vez más inmensa y más vacía que nunca. En cuestión de segundos se esfumó toda magia, toda ilusión, toda pasión de una noche que podría haber sido inolvidable. Se quedó a solas con el silencio que llevaba dentro.. con la nostalgia de sus últimos ochenta y seis años. de vida Arrastró su cuerpecito cansado y difuso entre enfermeras y ancianos que ni tan solo veía... Sin entender qué había pasado esta noche de Reyes... cambiando el sueño de colores por la realidad en escala de gris... Se escondió bajo las sábanas con un único deseo: comprender... Con la única esperanza: despertar en el cuerpo que ella imaginaba... volviendo a ser niña, dejando atrás la pesadilla de un cuerpo desgastado de cansancio y vejez. Olvidando ya para siempre aquella sala rota y fría de enfermos repletos de vista perdida... Buscando en su olvido permanente un único consuelo: que el alzheimer le regalase la posibilidad de creer que puede volver empezar de nuevo.