domingo, 17 de octubre de 2010

La venganza de la vejez o las palabras de un Nobel

Foto: Mercedes Buceta, víctima del mal de Alzheimer. Mi bisabuela.



"El olvido está lleno de memoria". MB

Tenía la mirada perdida en algún lugar más allá de sus ilusiones, en la nostalgia inexistente de su juventud escondida en alguna caja de zapatos llena de viejas fotos, las suelas se gastaron allí donde nadie podía llegar. Él le devolvía el gesto con los recuerdos fijados en aquellos besos que estaban en el aire cuando aún no se besaban, en los sueños compartidos, en los abrazos rotos bajo escenas de cama que les robaron a la vejez.

Durante años ella le pidió que le contase con los ojos cerrados el mágico cuento de cómo se habían conocido... Él le dijo seguro de sí mismo, hace más de cincuenta años, que era un placer volver a verla al minuto siguiente de haberse visto por primera vez... la llevaba en sus sueños y tres meses después se habían casado... Él ahora lo repetía incansable y susurrante a su oído una y otra vez, una y otra vez... ella sólo lo miraba. A veces lloraba... él, expectante, buscaba en ella la firmeza de un recuerdo imposible, la emoción de reencontrarse con su propio mundo... pero ella sólo escondía sus ojos bajo la tela temiendo la cálida mano de un completo extraño que la atacaba con palabras que no decían nada... Ese amor fue entonces un obstáculo entre su yo, su soledad y su eco... él un cuerpo enamorado incapaz de despertarla del olvido, aunque sabe que el olvido está lleno de memoria...  

Esta mañana le acariciaba las mejillas mientras ella enmarcaba un gesto temeroso y frío... hoy le pareció, más que nunca, el reflejo fiel de una persona que ha perdido el alma. Las promesas de caminar de la mano hasta el final de sus vidas se perdían ahora en el olvido... en la enfermedad sombría que les aplastaba. La distancia era más eterna cada día... aunque de nuevo se arreglaba la corbata jurándose a sí mismo que lo intentaría hoy con más ganas, que el color granate era su preferido, que ella sabría reconocerlo aunque no quisiese decir nada... como cuando se enfadaba porque llegaba tarde a recogerla las mañanas de domingo. Imaginaba que ella se enfurruñaba provocando una reconciliación a la hora de la siesta. Hacía casi dos años que el abrazo ya nunca regresaba. El aire corría hasta envolverlo todo de silencio y de vacío. Él buscaba en ella a su mitad. Ella buscaba en él las respuestas que ya no se preguntaba.

Esta mañana escribí esta historia en servilletas mientras veía desde la ventana de una cafetería a dos viejecitos cogidos de la mano en la Plaza Dos de Mayo, en Malasaña. Minutos más tarde una hoja de papel me contaba una historia diferente. Aquí la tienen... la sentencia compartida que firma D. Drauzio Varella, Premio Nobel de Medicina:

En el mundo actual se está invirtiendo cinco veces más en medicamentos para la virilidad masculina y silicona para mujeres, que en la cura del Alzheimer. De aquí a algunos años, tendremos viejas de senos grandes y viejos con pene duro, pero ninguno de ellos se acordará para qué sirven.


Inevitablemente el mundo funciona por la cruel justicia de la oferta y la demanda. Y el ser humano parece estár condenado a ser víctima de la nueva religión que rinde culto al botox. Quizás el mal de Alzheimer sea entonces la salida de la esclavitud del plástico por fuera y el alma enmascarada. El olvido, por ahora, roba la voz a aquellos cuya vida ya no tiene demasiado sentido... roba sueños, roba promesas, roba el valor de la vida... y roba la posibilidad de quejarse... de gritarlo.

Últimamente paso muchas horas a la semana en los pasillos blancos de los hospitales de Madrid, y más veces de las que jamás hubiera imaginado descubro que la vocación y la ética de muchos profesionales no sólo funcionan por el tradicional sistema de compra-venta, sino que además, a menudo, buscan un prestigio internacional que sólo prometen algunas ramas determinadas. Las conocidas como enfermedades raras se duermen en el olvido de muchos despachos vacíos. Y también otras... como el Alzheimer... cruel venganza de la vejez, síndrome que sufren más de 35 millones de personas en el mundo, caminan tan despacito que a veces es la enfermedad la que se contagia en los pasillos de los hospitales... profesionales cansados de que sus investigaciones sean un grano de arena sin avances signicativos ni ingresos cuantiosos en su nómina mensual...

Al enfermo le roban la identidad y las palabras... y a los demás nos deja sin memoria compartida. Y nos obligan a caer en el olvido. Aunque sí, ya lo sé, aunque el olvido esté siempre lleno de memoria... tal vez plastificada.


martes, 12 de octubre de 2010

Entrevista pendiente con el secundario imprescindible



"Nunca me consideré simpático, por lo que tuve que aprender a reír, hablar y sentir como si lo fuera"

"Hay dos cosas en la vida que quiero por encima de todo: me gustan las mujeres y los percebes. Y las mujeres, siendo bajito, siempre son difíciles". 

Manuel Alexandre


Recuerdo hacer cola en la larga fila de uno de los cines de Punta Carretas, en el corazón de Montevideo. Llovía a cántaros aquel día de invierno gris, y una persona me acompañaba tratando de convencerme sobre el tamaño de la bolsa de palomitas. Se juntaban entonces dos actores que nunca me han decepcionado… ella por su don para conseguir dar a cualquier personaje la capacidad de contagiar alegría… él porque hay miradas que más que reflejarse en la pantalla se sientan contigo a tomar el desayuno. Pocas promesas me regalaron tanta ilusión y tanta ternura como aquella historia de amor entre China Zorrilla y Manuel Alexandre. La película era Elsa y Fred, dos octogenarios locos dispuestos a saltarse la rutina para ser felices en escenas absolutamente inolvidables. Un beso rodado que he querido compartir, muchas veces después, con las personas más especiales de mi vida. Y cada vez que recurro a ellos he reído y he llorado.

Me hubiera gustado conocerle desde que supe que llevaba en un calcetín el primer duro con el que le pagaron por hacer teatro. Preparé varias veces una entrevista en mi cabeza -deformación profesional-, a sabiendas de que a Manolito nunca le gustaron los periodistas. Él decía que la peor parte de una película era la obligación de promocionarla. Me resigné a documentarme y disfrutar de su trabajo y ser crítica sin nada que decir. Fue hace un par de años en Madrid cuando la suerte se cruzó en mi camino y mi amigo Onofre Villa, camarero durante más de cincuenta años del mágico Café Gijón, me ofreció un encuentro en la mesa donde Alexandre solía tomarse un té con leche cada día a partir de las cinco; allí me contaron que me esperó una tarde, asomado a la misma ventana de la Castellana dónde décadas atrás formó parte de la famosa tertulia de poetas que Gerardo Diego presidió. El reloj y la casualidad quiso que yo, maldita sea, nunca llegara a esa cita. Comencé un largo viaje y cuando volví Onofre estaba jubilado y Manuel ya no frecuentaba a diario el Gijón. Hoy lo siento más que nunca, no encuentro en la hemeroteca de ningún periódico las respuestas a mis preguntas... Desgraciadamente, hay tertulias que no pueden trasladarse a mañana

Hoy sé que ya no podré saber más de lo poco que sé... sin debate sobre la extendida vocación de actores porque es la mejor forma de ser hipócrita sin tener que inventarse justificación alguna. Con menos de veinte años Manuel fue aspirante a letrado, aunque meses después lo dejó por el Periodismo; de ninguna de las dos llegó a examinarse porque la Guerra Civil lo encontró en Madrid dispuesto a subirse al escenario del Teatro Español. Su Benitez de Atraco a las tres le dejó algunas de las relaciones más especiales en su vida. Tuvo que pasar de los ochenta años para tener su primer papel protagonista y Cuerda, Berlanga y Bardem supiron dirigirle como nadie aunque fue Antonio Mercero quien firmó su salida por la puerta grande del cine español.




Manuel Alexandre se escondió disimuladamente tras las tablas en aquel Madrid con hambre y frío de los años treinta y, desde allí, humildemente y casi a tientas saltó a los créditos de más de 300 películas.  No hizo falta dejar de ser el eterno secundario para convertirse en el imprescindible rey de reparto de muchas de nuestras mejores escenas. Nunca tuvo el mejor caché en el panorama cinematográfico, le faltaban centímetros de altura para besarse con la protagonista y en la época del destape ni siquiera le dieron la posibilidad de compartir una sola vez escena de cama ni con Gracita Morales… pero se ganó el corazón del público y los compañeros de rodaje, consiguió darle humanidad incluso a los personajes más rudos, fue admirado y adorado por los más grandes…Fernán Gómez, Álvaro de Luna, Alfredo Landa, López Vázquez o Agustín González que además de sus compañeros fueron también sus mejores amigos… Alexandre consiguió con su voz temblorosa, su mirada limpia y su peculiar forma tierna de enfadarse lo que muy pocos profesionales consiguen y conservan a lo largo de toda una vida… mantenerse presente en las listas de los directores de las generaciones que van llegando… invadir de talento guiones que explotan de ironía, de compromiso, de venganza, de humor, de amores, de soberbios, canallas, entrañables e incluso a Franco supo por algunas horas devolverle la vida... Manolito supo llenar una trayectoria de arte desde que empieza hasta que se marcha … ser un secundario en primera plana... ser prioritario y excelente en su profesión hasta el último momento de su vida…

Y mañana saldrá del Teatro Español de Madrid, ciudad en la que actuó por primera vez hace más de setenta años, con la voz dormida por los aplausos y en hombros por la puerta grande de los inolvidables, ed los inalcanzables. Aunque a mi se me haya hecho corto… aunque ahora sea yo quien espere siempre con un té en la mesa de piedra del Café Gijón que acuda puntual a la cita…





viernes, 8 de octubre de 2010

Mario


De mis actos de rebeldía... y conversaciones con mis amigos.
Vayan por delante mis respetos a Vargas Llosa.

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...mi padre siempre decía que la vida era simple. Que bastaba con desear con mucha fuerza algo o alguien para obtenerlo. Y el fracaso no era más que la prueba de que el deseo no había sido suficientemente intenso…
(El marido de la peluquera. Leconte) 


Mario Vargas Llosa y Mario Benedetti han sido eternos rivales en las listas de candidatos latinos a los premios de literatura más importantes del mundo... entre ellos, por supuesto, el Nobel. Si en realidad a Mario le importaba, nunca dejó que yo me diera cuenta... pero a mí si me importaba, me importó siempre y me importó mucho. Ahora sólo me importa que no esté sentado en su butaca para que me diga con su acento dulce que en realidad La ciudad de los perros habla más de la vida que nada que haya escrito un funcionario montevideano que escupía poesía desde las seis de la mañana compulsivamente. Él apreciaba como amigo y escritor al peruano, pese a las polémicas discrepancias políticas de las que hicieron partícipe varias veces a la opinión pública. Seguro que esta mañana al recibir la noticia se hubiera alegrado, le hubiera hecho una llamadita y seguiría sentado en su mesa escribiendo sobre las historias que suceden en la izquierda del mundo. Para Mario lo que decía un niño con frío sentado en una esquina cualquiera tenía más mérito que nada de lo que él escribía. Supongo que era parte de su encanto; que nunca dejó de escuchar y de admirar a los que le rodearon hasta el último suspiro. Que nunca le costó reconocer méritos ajenos. Que nunca creyó que le correspondiera por derecho el Cervantes o el Nobel de Literatura. Que siempre cedió su talento a las historias que nacen de lo que contaron otros. Que fue la pluma de lo simple.. de lo humano... de lo tierno.

Hoy que todo el mundo cita a Mario -Vargas Llosa-, hoy que descubro que realmente levanta pasiones que a mi apenas me han rasgado, yo quería recordar a Mario, a las veces que he pensado cuando salía el siempre lejano nombre del último premiado, que el año siguiente sería por el fin el momento de recibir el suyo; hoy estoy convencida de que el Nobel no ha sido para él sólo porque Marío nunca lo ha deseado con la misma fuerza, con el mismo ímpetu, con las misma necesidad de reconocimiento de los que sí sí lo han conseguido... Mario tenía deseos mucho más importantes.

Mario no quiso esperar a que en Suecia dijeran su nombre...
Porque su táctica era la humildad.
Porque su logro era el cariño.
Porque el premio que perseguía era no echar más de menos ni vivir más en pasado. Porque su premio era Luz. Y su deseo compartido.

Enhorabuena siempre, Mario.



es tan lindo / saber que usted existe / uno se siente vivo 
 y cuando digo esto / quiero decir contar  / aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco / no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio / sino para saber / a ciencia cierta
que usted sabe que puede / contar conmigo.

Mario Benedetti

martes, 5 de octubre de 2010

La intuición: cuando sin pensar se siente





A Jordi, saldando deudas con su inspiración


Se cruzaban en un café cada mañana, a la hora del desayuno; y durante horas se pensaban recordando un futuro que nunca habían vivido. Coincidían en el autobús, puntuales a la vuelta del trabajo poco después de las seis; hasta que ella lo invitó a café en la misma mesa que siempre lo había imaginado. Siempre leían el periódico en el mismo banco del parquecito los domingos, esperándose, saludándose con la intuición y sin palabras. Solían chocar sus dedos cuando se disponían a pulsar el botón del ascensor, ella iba al séptimo y él al quinto, se miraban a los ojos a la altura del segundo piso… dibujando sueños en el aire. Los dos cambiaron la oficina gris de Madrid donde se saludaban cada mañana y tropezaron en el mercado de Marrakech un jueves del mes de julio… Varias parejas situadas en diferentes lugares del mundo. Es la magia de las casualidades. De los momentos que aún no encuentran sentido o que no se han vivido todavía. Es el protagonismo de la emoción. La sonrisa de los pequeños detalles.

Se convierten en minúsculos sueños que recuerdas antes de que lleguen a pasar, sucesos que no sabemos que lo son, personas que sabes que alguna vez has encontrado, caricaturas de magia que prometen un presente distinto. Momentos perdidos o aislados en medio de la nostalgia o del infinito. Son miradas. Son rincones. Vidas cruzadas. Instantes que hacen que se mueva con más fuerza el corazón. ¿Qué une a la gente que no se conoce? ¿qué cantidad de recuerdos se agolpan en el subconsciente y por qué, de pronto, lo intuimos? ¿cómo una casualidad puede despertar el recuerdo... una señal del pasado o del futuro? ¿Cómo se registra un acontecimiento tan atado a un sentimiento? Como sabemos que la vida puede cambiar de repente, y a pesar de todo.

Descartes decía que la intuición es la capacidad de aplicar el conocimiento inmediato. Para Burke y Miller es la solución de problemas realizada de modo inconsciente y se basa en el saber acumulado por la experiencia cotidiana, una intervención automática del subconsciente. Albert Einsten, muy claro, decía que la intuición era la única cosa realmente valiosa en el mundo. Mi amigo Jordi Cristau, mucho más interesante que cualquiera de ellos, piensa que la intuición es, simplemente, el mayor don que nos ha dado la vida, la fuerza más poderosa que nace del ser humano, el subconsciente luchando contra las trivialidades y las rutinas… capaz de hacernos ver que vale la pena creer en lo que nos dice el corazón. Jordi Cristau dice que la intuición es la culpable de darnos la magia para enamorarnos...

La vida está hecha de pequeñas escenas sin final y sin principio definido. Está hecha de pequeñas conexiones que no tienen explicación, ni conclusión, ni causa. Está hecha de momentos que valen la pena. Ponemos el acento en la lógica de lo racional, y olvidamos las situaciones que ponen en marcha nuestro destino. Y vivir no tiene ninguna razón. Al fin y al cabo, casi nada tiene sentido. Salvo la magia que provoca la intuición cuando, sin pensar, de verdad se siente.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Café en Malañasa o el bloqueo de la locura




Las palabras tienen otro sentido cuando salen desde el interior de una cárcel. Las conversaciones, incluso cuando el tema es el tiempo, o la música, o en silencio, o los sueños... son diferentes cuando se viven entre muros capaces de aislarte incluso de la vida, incluso de tí. Esa sensación, que viví cada día durante varios años cuando trabajaba en prisiones, se repite cada vez que descuelgo el teléfono y las historias me sacan de un café en Malasaña para llevarme, de golpe, al otro lado de unas rejas.

Durante años... dediqué mucho de mi tiempo a escribir, como siempre en servilletas, historias que necesitaba hacer oír en algún lugar... a quien quisiera y sobre todo a quien no quisiera escucharlas. Con el tiempo, me rendí. E incluso yo dejé de creer que era necesario llevar fuera de la cárcel las tristezas que nos superaban dentro. Cambié mi revolución penitenciaria por esa sensación a inmensidad bloqueada, a impotencia provocada por la sociedad indiferente y dormida... una sensación que se repite en cuanto suena el teléfono y la voz me llega desde dentro de unos muros y hacia dentro de la conciencia.

Jose Acosta es una de las personas más nobles que me he cruzado en mi camino. Lleva nueve años encerrado en Salamanca y hoy me habla de las promesas que cuando un interno sale a la calle olvida tratando de enterrar su propia historia. Me habla de sus veinticinco años cuando ha pasado los cuarenta porque es la única etapa de su vida que no puede ni quiere olvidar; me habla de recuperar el tiempo perdido. Me habla del minuto que supo que, primero su madre y después su padre, habían muerto sin tiempo de despedidas. Me habla de un barrio que ya no conoce más que en sus recuerdos, de una profesión que ha olvidado, de una noviecita adolescente que quiere buscar aunque sabe que no encontrará nunca porque ya no existe... Me habla, me habla... y sabe que las imágenes que retoma en su cabeza son reflejos que ya nadie comparte porque quizás nunca han existido... porque nacen del deseo infinito de encontrarse a sí mismo otra vez.

Y es que pocas palabras me dicen más que cuando me las dicen ellos... por los millones de pensamientos a solas que hay detrás de cada renglón; por la tristeza, por la angustia y la ansiedad consumida entre unos muros vacíos de vida. Porque cada día son muchos años, porque cada despertar nunca termina y las noches son sólo noches a secas... sin abrazos, y sin presente, y sin la capacidad simple y llana de poder crear sonrisas que se conviertan en recuerdos.

La vida entre rejas es una vida que roba vida, y regala cientos de sueños que mueren antes de vivir. La falta de libertad roba la posibilidad de seguir utopías... ¿y qué somos, si nos enjaulan el alma? En ningún otro lugar como en la cárcel he visto a los seres humanos luchar por crearse una fachada que les aleje de esa forma de sí mismos, que les aparte de su identidad y de sus ilusiones y de cualquier atisbo de sueño capaz de hacerse realidad. Ahogan la imaginación por miedo a caer en la locura, sin darse cuenta de que la locura es la única forma que tienen de salvarse.

Porque la vida en la cárcel es el epicentro de toda distancia y de toda nostalgia... incluso hacia lo que siente uno mismo; porque la angustia y la ansiedad quita protagonismo a cualquier otro sentimiento que despunte. Y es que lo peor de la distancia no es sólo sentirla, sino saber que no va a detenerse, que no importan los trenes ni los coches que puedas tomar algún día, porque nada puede acercarte a tu tiempo perdido, porque no hay remedio posible más allá de los sueños ni la imaginación y, aún así, evitas caer en ellos para censurar tu locura. Que las circunstancias han bloqueado tu carretera con un árbol talado a mitad de tu camino. Que tu corazón son las palabras a escondidas desde un chabolo antes de que el funcionario decida que es la hora del recuento y de apagar la luz. Que decida tu hora para quedarte a oscuras... para devolverte a la noche sin promesas y sin abrazos, devolverte a tu reencuentro obligado con cada día de tu vida que no has podido sentir... un reencuentro con la tristeza que, inevitablemente, continuará mañana... mientras yo regreso a mi café en Malasaña y tú luchas, incansable, por bloquear la locura.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

En el pasaporte...


Sólo hay un lugar donde las fronteras merecen la pena... en las páginas selladas de un pasaporte


sábado, 18 de septiembre de 2010

En las letras de las canciones



Hay noches en las que lo tienes todo a pesar de nada. A pesar de ti, a pesar de echar de menos, a pesar de los planes que no has cumplido… que no has sabido cumplir. Hay noches en las que tengo la mala o buena costumbre de encerrarme sólo en mí… en las que basta con tener la cabeza apoyada contra el respaldo del sofá mirando al techo y una multitud de cigarros dispuestos a escuchar fijándose en mis ojos cerrados desde el cenicero. Hay noches, no muchas, donde no pides nada más que encontrarte a ti mismo. Quizás por casualidad.

Hoy los cojines me hacen compañía y me sonríen intercambiando miradas, un apoyo incondicional; impacientes y alerta ante los cambios de postura, por si me dejo caer contra ellos; a veces me empeño en lanzarlos hacia arriba para sentir el aire moviéndose mientras cumplen con la gravedad. Hace unos diez minutos que me ensaño con ellos. Y con los recuerdos del año más feliz de mi vida. Es la forma de saber dónde voy. A dónde quiero llegar.

Prometo que esta noche traté de escribir sobre el aniversario del asesinato de Víctor Jara y el día en que millones de mexicanos brindan con tequila por la independencia de México. La noche del 15 al 16 de septiembre. Amarga casualidad y amargo tema difícil para que esta noche tuviera un hueco en esta habitación vacía que se termina en mí. Se ensañan conmigo las decisiones pendientes, las canciones que me empeño en escuchar, los pasos que tengo que seguir y las opciones que van a la deriva.

Esta noche sólo he dejado entrar al humo para que se entretuviera con los cojines y esas canciones que se repiten buscando algo que yo sola no encuentro. Me pregunto dónde estás… pero sobre todo me pregunto dónde estoy. Y cómo reencontrarme con lo que busco.

Hoy sé que mis letras no tienen mucho sentido, porque sólo me definen a mí. Hay palabras, historias, que crees que realmente crees… y que dices a los demás cómo si tú alguna vez lo hubieras comprobado, así que esas palabras vistas en soledad son, tal vez, sólo hipocresías compuestas de Nada. Viles y nefastas hipocresías. ¿Serán así las letras de estas canciones? Quizás ahora yo sé que llevo toda la semana rellena de humo dispuesto a escapar y me propongo avanzar mientras bebo copas de ron con zumo de naranja, que es una combinación patentada por la ilógica profunda más radical. La verdad, es que llevo toda la noche removiendo la ceniza del tabaco con la colilla y decidida a no escribir sobre nada mientras escribo… y vuelvo a empezar...es algo así como sentarse a ver girar la lavadora, como pedalear en una bici estática, como hacer repaso de tu pasado sin decidir que quieres para tu futuro.

Y sé que hay muchas palabras que no me salen mientras tengo la cabeza apoyada contra el respaldo gris de mi sofá. Y la multitud de cigarros se acumula. Y ahora sé que busco el mar, y las olas, y algunas conversaciones... y busco encontrarme con el barco que está a la deriva… Entre el vaivén de las bocanadas. En los momentos en que me encuentro sólo a mi. Sin disfraz. Con el espacio que le cedo esta noche a los mensajes que me prestan las letras de las canciones… Y con la ventaja que me cedo a mi misma. Al lugar donde he sido feliz. Y a mi soledad.  A los pasos que sé que quiero seguir. A mis buenas noches. A tus buenas noches.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Historia de lo Invisible





"Para eso sirve la utopía, sirve para caminar"
Eduardo Galeano


En el corazón de la tierra, el mundo tiene a veces los pies para arriba y el corazón enmudecido por el poder y el miedo. Lo invisible, extendido como el viento a lo largo y ancho del planeta, se deja entrever pocas veces detrás de lo que es importante para los importantes. Lejos, en los suburbios de los extrarradios, miles de personas gastan su voz sin poder decir nada porque nadie les escucha, luchan por subsistir entre la miseria y el hambre, entre la falta de educación y la tristeza. Gente que carece de vivienda, de trabajo, de economía, de educación, de sanidad, de ocio… gente que habita un mundo paralelo donde la realidad no es más que la necesidad de sobrevivir; donde la vida no es más que el ahora. Precariedad. Miedo. Hambre. Marginalidad. Sucede de forma masiva en África, en América Latina, en Asia… y sucede también en Europa, en Norteamérica… en las barranquillas de Madrid, en las Tres Mil Viviendas de Sevilla y en la Mina de Barcelona… disfrazados de la cotidianidad y de las costumbres; olvidados entre las estadísticas que hablan de mejoras en el crecimiento económico.

Hay veces, algunas, que ser un niño es una obligación que te atrapa en la impotencia del deber. Es entonces cuando uno pasa a vivir por deber en lugar de por placer; pasa a no tener voz; para a ser sólo un muñeco figurante en un escaparate de oportunidades vacías. La pobreza se ha convertido en un espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores que aplauden desde el otro lado de la barrera. “Para existir un tercer mundo, tiene que existir un primero”, y parece que en este duelo todos lo saben.

Luego llegan las palabras frías… Sí, se drogaron en las fiestas tristes, se drogan para olvidar y para ser olvidados, vivieron anclados en la arrogancia de quien vive atrapado amarrado por la tristeza de quien no puede vivir con la pobreza que no les deja vivir. Son niños agobiados por el peso de su propio papel en la historia. Niños que han sabido lo que les toca más allá de la infancia, de los sueños, de las miradas, de las utopías. Aquella tarde, en aquel barrio, en aquel cerro carcomido por el tiempo en silencio, alguien miró al horizonte y me dijo que las utopías sólo sirven para seguirlas, para caminar hacia delante, para atrapar los sueños… alguien me lo dijo mirando el mar… el mar que termina en un horizonte que no se sabe donde acaba.

jueves, 9 de septiembre de 2010

La nevera y otros cuentos fríos



Hay momentos en la vida de uno que no pueden ser otra cosa que el principio de un antes o el final de un después. Un instante en la vida sin razón. Son momentos en los que las neveras todavía mantienen vivas aquellas hojas de perejil que después se mustian hasta el olvido…hojas que trajiste porque esperabas que alguien preparase junto a ti un guiso perfecto para cenar, que ese final fuese otro final… o el final de otro principio.

Las neveras siempre me han parecido un fiel testimonio de la vida misma. Con posibilidades infinitas capaces de transmitir una personalidad… Neveras que hablan de historias de padres e hijos, de nietos y suegras, de eternas parejas, de familias imposibles, de ramas de canela. Hay frigoríficos llenos de vida, y otros prohibitivos, o espontáneos, tentativos, desordenados, a punto de masticarte ellos a ti antes de que puedas extender siquiera la mano para rozar el trozo de mantequilla que habita en la segunda balda de la puerta.

Hay neveras vacías que no tienen proyectos... son neveras sin fruta, ni pollo, ni batidos, ni color… neveras en la cola del inem sin derecho a voto ni a manifestación… neveras sin salchichas a las que poner en orden, ni ganas de abarcar más, ni ilusiones ni cenas a la luz de las velas ni los viernes ni los lunes. Seca estructura de hierro casi al borde del cementerio. Cohabitan en edificios con neveras de estudiantes con prisas y siestas de sobremesa con tabaco sobre el sofá del salón... con latas de mejillones, de atún y guisantes, con botellas de ron por pares y cajas de la milagrosa bebida enérgetica de oferta.

Hay neveras dormidas por la rutina de los años… estable por aburrimiento y por ganas de escapar, por simple devoción… hechas de listas y posit que se repiten cada semana por fotocopia compulsiva; baldosas con leche semidesnatada, con los mismos yogures de fresa agridulce, testigo de mal sexo entre la única manzana y el solitario melocotón. Son heladeras podridas de plásticos con fecha de caducidad apoltronadas contra el paredón antes de ser concebidas.

Recuerdo la nevera sideral de una elegante suegra que tuve en alguna lejana misión de guerra… la imagen de esos estantes plagados de sonrisas de dulce de leche fue, no hay duda, lo que más me conquistó. Pasión casi casi permanentemente, un futuro completo idéntico dispuesto a mi imaginación. Botes de colores vivos, llena de huevos cocidos y salmón listos para noches de lluvías de estrellas y un inmenso bol de pasta fresca que siempre vestía de fiesta dispuesto para la ocasión. Bolognesa por consumir. Nata para cocinar y fresca. Tomates, pimientos, sirope, hojaldres, botellas de orujo, licor de canela y ralladura de limón.  

Hay neveras felices que son reflejos de familias perfectas siempre preparadas a en punto para el excelso placer de la hora de la cena. Cocinas llenas de pasteles, tiempo, tarta de carne, trufas, laurel, sopa y yerbabuena; imagen de un martes que parece un domingo cualquiera. Chocolate caliente y bizcochos con forma de corazón.

Son las cámaras que acompañan y corrigen ese instante en la vida de uno que no puede ser otra cosa que el principio de un antes o el final de un después horneado sobre los hornos de piedra. La nevera, como el corazón, son electrodomésticos capaces de detener el tiempo, de retrasar las cosas que al final nunca suceden, de inmortalizar el olor y el sabor de los mejores momentos inflando con levadura emociones revueltas. Esas son neveras que dicen mucho más de lo que sus productos cuentan… ligadas de chocolate y recuerdos de galleta con lacasitos en los ojos y un pistacho en la nariz. 

martes, 7 de septiembre de 2010

El inevitable alto riesgo de compartir el desayuno




Tuve suerte. El pensamiento estuvo a punto de llegarme cuando ya estaba dormida. Seguramente lo hubiera perdido para siempre entre el pasado de los sueños si no fuera porque lo precedió una batería desbordante de preguntas… ¿a qué se debía? Me atormentaban en la mente como hormigas despistadas corriendo a contracorriente… ¿dónde nace y dónde se esconde?¿es posible que la mariposa se convierta en oruga? ¿dónde están el por qué de sus razones? ¿aumenta o disminuye a lo largo de una vida? Su propia vejez… ¿es ternura, es cariño o es rutina abominable? ¿dónde está ese punto cero? ¿y el de no retorno hacia el vacio? ¿estamos detrás del espejo o siempre perseguimos a Alicia…? ¿nos enamoramos de la música o del recuerdo de los besos que sonaban a canciones? ¿nos enamoramos de lo que nos enamora o de lo que sentimos? ¿nos enamoramos del recuerdo o los recuerdos nos atrapan? Sentí vértigo.

Sólo tenía una certeza… las preguntas eran infinitas, insomnes y no me iba a dejar dormir.

Y entonces, anoche, cuando estaba a punto de cerrar los ojos, me di cuenta. Y regresaron a mi mente algunas de las conversaciones más importantes que he tenido a lo largo de mi vida… posiblemente los momentos que realmente fueron auténticos, los más reales, más intensos… algunos de los momentos que hacen que valga la pena estar aquí. Algunos de los momentos que se esconden del amor amputado de corta y pega que se cuela en nuestra vida.

Repasé de párpados para dentro las historias de amor sin límites que se han cruzado conmigo en el camino… las eternas… las inmortales… las mías y las que me regalaron otros. Pasé por un callejón remoto donde un grafiti infantil recuerda un primer beso con hojas de otoño y sangría, en los extrarradios de la adolescencia. Escuché aquellas promesas de conquista exacerbada, repitiéndo mientras la besaba que el segundo amor es tan diferente al primero que ni siquiera te das cuenta de que estás empezando a sentirlo, en la frontera de los diecisiete años. Después la vi a ella sentada en las escaleras de piedra de un teatro cualquiera, explicándome la importancia de conocer al moustruo que todos los que formaron una pareja tenemos dentro… al contrario y al propio, al radical, al que no sabe de medidas ni de límites… al mounstruo enamorado que lo invade todo… y pese a conocer al destructor contrario seguir queriendo compartirlo.

Miré en los ojos de un Óscar encarcelado mientras se tatuaba entre rejas el nombre de Carmen, prometiéndose la vida más allá de los sueños, en otra ciudad muchos años después. Entendí las rodillas de Ana Lía contra el césped seco de tanto quemarlo en lágrimas: el amor se convierte en más amor cuando, hasta siempre, echas de menos. Toqué la puerta de la casa de Mario dónde su pasión era más fuerte que la amnesia perpetua de su Luz, el reflejo de sesenta años juntos. Y releí las letras en la pantalla fría que comparte dos visiones de unas mismas causas, de unas mismas trampas. De distintos besos.

He tenido la suerte de conocer a algunas de las personas que, estoy segura, mejor han sabido sentirlo y que mejor han sabido convertir en palabras lo que sentían. Fue entonces cuando me levanté sobresaltada con mi descubrimiento… cuando abrí cajones, y revolví cartas y recuerdos y toneladas de palabras perdidas en conversaciones. Saqué de los cajones despistes convertidos en besos perdidos, en miradas desvíadas, en jugadas de ajedrez ilimitadamente a punto en el buzón de un correos sin tiempo. Debatí conmigo misma sobre si el amor es más amor cuando espera, cuando corta, cuando sangra, cuando besa, cuando sueña, cuando cansa, cuando grita, cuando espanta, cuando comparte, cuando admira, cuando irradia, cuando recibe, cuando promete, cuando conquista, cuando se escapa…

Y sólo supe cerrar los ojos y seguir dormida. Porque quizás siempre estuve dormida. Porque el amor es para siempre, inevitablemente para siempre, una profesión de alto riesgo que pone en peligro la vida.